LAS PANDEMIAS Y EL REDESCUBRIMIENTO DEL SER HUMANO. (II). Por Óscar Humberto Gómez Gómez.

ÓSCAR HUMBERTO GÓMEZ GÓMEZ (Fotografía: Nylse Blackburn Moreno).

 

Orán se llama la ciudad donde transcurre “La peste”, de Albert Camus.

No es un lugar ficticio. Ni siquiera es un lugar imaginario al cual el autor le dé otro nombre, como el Macondo de Gabriel García Márquez o la Angosta de Héctor Abad Faciolince. Es un lugar real y denominado en la obra con su nombre real. Cualquier turista o viajero podría ir —después de que pasen los tiempos de la actual pandemia, por supuesto— a Orán. Para más señas, queda en Argelia.

Aunque no creo que haya interés: Camus la describe como una ciudad fea. “La ciudad, en sí misma, hay que confesarlo, es fea”, se lee textualmente al principio de la obra.

Por cierto, Camus fue uno de los intelectuales franceses que se opuso a la invasión francesa a Argelia —así como cuestionó la invasión soviética a Hungría— y por eso los extremistas de siempre, los aduladores de siempre de los regímenes totalitarios, los lambones de siempre que se les han arrodillado con incensario en mano a todos los dictadores de la historia, no lo quieren y han pretendido negarle los innegables méritos que tiene como escritor y filósofo.

De todos modos, así no les haya gustado, lo cierto es que, menos de tres años antes de su fatal accidente, la Academia Sueca le había otorgado a Albert Camus, y con todos los merecimientos, el Premio Nobel de Literatura.

Se cuida Camus de trazar en “La peste” una semblanza de la personalidad de sus personajes. Semblanza que bien podríamos trazar hoy de los personajes que nos rodean.

La traza de Jean Tarrou, por ejemplo, cuya descripción es de corte filosófico: se trata, para el ilustre cronista, de un personaje cirenaico. O epicúreo, quizás.

Arístipo de Cirene enseñaba, en efecto, que el hombre debía disfrutar de los placeres, pero no ser su esclavo. Y Epicuro de Samos privilegiaba el placer espiritual sobre el material.

En fin, leamos a Camus:

“Jean Tarrou, que ya encontramos al comienzo de esta narración, se había establecido en Orán semanas antes, y habitaba desde entonces en un gran hotel del centro. Aparentemente su situación era lo bastante desahogada como para vivir de sus rentas. Pero, acaso porque la ciudad se había acostumbrado a él poco a poco, nadie podía decir de dónde venía ni porqué estaba allí. Se le encontraba en todos los lugares públicos: desde el comienzo de la primavera se le había visto mucho en las playas, nadando con manifiesto placer. Afable, siempre sonriente, parecía ser amigo de todos los placeres normales, sin ser esclavo de ellos. En fin, el único hábito que se le conocía era la frecuentación asidua de los bailarines españoles, harto numerosos en nuestra ciudad. Sus apuntes, en todo caso, constituyen también una especie de crónica de este período difícil. Pero son una crónica muy particular, que parece obedecer a un plan preconcebido de insignificancia. A primera vista se podría creer que Tarrou se las ingeniaba para contemplar las cosas y los seres con los gemelos al revés. En medio de la confusión general se esmeraba, en suma, en convertirse en historiador de las cosas que no tenían historia. Se puede lamentar, sin duda, ese plan y sospechar que procede de cierta sequedad de corazón. Pero no por ello sus apuntes dejan de ofrecer para una crónica de este período multitud de detalles secundarios que tienen su importancia y cuya extravagancia, inclusive, impedirá que se juzgue a la ligera a este interesante personaje.Las primeras notas tomadas por Jean Tarrou datan de su llegada a Orán. Demuestran desde el principio una curiosa satisfacción por el hecho de encontrarse en una ciudad tan fea por sí misma. Se encuentra en ellas la descripción detallada de los leones de bronce que adornan el Ayuntamiento, consideraciones benévolas sobre la ausencia de árboles, sobre las casas deplorables y el trazado absurdo de la ciudad”.

 

Pero, ¿y cuál es el arma con la que cuenta la humanidad para enfrentar una pandemia? Esta es la pregunta obligada.

A través del doctor Bernard Rieux, personaje central de “La peste”, Camus lo dice: «Puede parecer una idea ridícula, pero la única manera de combatir la plaga es la decencia».

Y sí, gracias a la manera decente de comportarse, el ser humano, encerrado en la enclaustrada Orán, supera la peste.

Vendrá otra, inevitablemente. Seguramente, vendrán otras. El ser humano es experto en recurrir a la “amnesia conveniente” para echar al olvido sus dolores. Pero la vida se encarga de refrescarle la memoria cuando lo enfrenta a dolores nuevos.

La obra de Camus finaliza, sí, pero deja el verdadero final en suspenso:

«El bacilo de la peste nunca muere o desaparece, puede permanecer dormido durante décadas en los muebles o en las camas, aguardando pacientemente en los dormitorios, los sótanos, los cajones, los pañuelos y los papeles viejos, y quizás un día, solo para enseñarles a los hombres una lección y volverlos desdichados, la peste despertará a sus ratas y las enviará a morir en alguna ciudad feliz».

 

En estos tiempos de pandemia, lo que he visto en abundancia ha sido preocupación en cada uno por cada uno. El egoísmo aumenta el miedo. No hay nadie más asustado que aquel que solo piensa en sí mismo. El que vive en función de servir a los demás no tiene tiempo para sentirse miedoso.

Y es que, en tiempos difíciles o en tiempos de normalidad, servir es el secreto al alcance de la mano para encontrar la felicidad.

Con sabiduría, lo expresó otro gran Premio Nobel de Literatura (1913), el hindú Rabindranath Tagore:

“Yo dormía,
Y soñaba que la vida era alegría.

Desperté,
Y vi que la vida era servicio.

Serví,
Y vi que el servicio era alegría”.

 

El ser humano cae en la rutina, y con ella en el hastío, porque no se le ocurre hacer algo distinto a lo que siempre ha hecho exclusivamente por él. Y no hay nada más aburridor que el egoísmo.

Esa repetición incesante de una lucha meramente personalista, de la árida lucha diaria por los propios intereses, por tan solo satisfacer los intereses individuales, termina produciendo el mismo efecto que en los desesperados habitantes de Orán producía la condena, de incierta duración, a tener que ver siempre la misma película.

 

Mesa de las Tempestades, martes 17 de marzo de 2020.

 

¡Gracias por compartirla!
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1 respuesta a LAS PANDEMIAS Y EL REDESCUBRIMIENTO DEL SER HUMANO. (II). Por Óscar Humberto Gómez Gómez.

  1. Mary Alicia Torres Torres dijo:

    “Y es que, en tiempos difíciles o en tiempos de normalidad, servir es el secreto al alcance de la mano para encontrar la felicidad”.

    No hay verdad más cierta que la anterior frase.

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