HUMBERTO MARTÍNEZ SALCEDO, EL MAESTRO SALUSTIANO: REMEMBRANZAS DE UN SANTANDEREANO. [Capítulo Tercero]. Por Óscar Humberto Gómez Gómez, Miembro de la Academia de Historia de Santander y Miembro del Colegio Nacional de Periodistas.

 

La música fue una de las facetas en las que mejor se destacó la personalidad festiva y bohemia del doctor Humberto Martínez Salcedo. Y en desarrollo de ella, no podía faltar el que perteneciera a una agrupación musical. Agrupación que, dada su decidida inclinación hacia la música nacional —que no era, a su vez, sino otra faceta de su no menos decidida inclinación hacia la cultura colombiana— solo podía ser una que se dedicara al cultivo de los aires autóctonos de nuestro país.

Fue así como “el maestro Salustiano” nos sorprendió a todos sus admiradores, y a Colombia por supuesto, cuando, al lado de los también actores y músicos Pedro Nel Martínez, Álvaro Lemon y Jaime Agudelo, resultaron lanzando, dentro del programa de humor Sábados felices, a cuyo elenco pertenecían, la agrupación Los Ruanetas, que muy pronto ya había prensado sus primeros discos de larga duración, obviamente en una época en la que aún no aparecía el disco compacto (CD), ni consiguientemente el delito generalizado, alcahueteado y letal de la piratería.

 

 

Pedro Nel Martínez, santandereano, natural de Charalá, había sido un joven empleado de la Empresa Licorera de Santander a quien, en mi fugaz e inolvidable paso por esa factoría, una fuente de primera mano, el jefe de archivo, don Norberto Cifuentes Ortiz, me dibujó como un muchacho que se sentaba a tocar el tiple durante el tiempo de descanso y, a medida que lo hacía, parecía como si los aires de la Floridablanca de aquel entonces, todavía olorosa a anís y a esperanzas, se empezaran a llenar de arpegios, de encanto y de la indescriptible sensación de un viaje sin movimiento por los riscos y paisajes de la entrañable tierra santandereana.

Había sido el ganador del concurso nacional de ese instrumento y llegaría a convertirse en el referente obligado de quien, con honestidad, pretendiera escribir o narrar la historia de la música instrumental andina de Colombia. En Sábados felices se destacaba representando a personajes como Surrucuca y, por supuesto, tocando con sin par belleza y dulzura el otrora instrumento nacional.

 

 

Álvaro Lemon había logrado imponer su propia caracterización: la de un costeño dicharachero y contador de chistes que siempre salía al escenario empuñando en una mano su guitarra y ovacionándose a sí mismo. Lo apodaron El Hombre Caimán por ser oriundo de Barranquilla, la capital del departamento del Atlántico, argumento que no dejaba de parecerme curioso, pues aquel hombre que se hizo embrujar en La Guajira para poder volverse caimán, y después hombre, y luego otra vez caimán, y otra vez hombre, con el propósito de dedicarse a observar, con toda tranquilidad, a las chicas que se bañaban en el río, no era barranquillero, sino de la población de Plato, municipalidad perteneciente al departamento del Magdalena. El compositor José María Peñaranda había escrito una de las canciones más populares de nuestro folclor colombiano rememorando, precisamente, la legendaria transformación sufrida por aquel personaje: “Con alegría y con afán / voy a empezar mi relato / que en la población de Plato / se volvió un hombre caimán“. Pero, en fin, de todos modos el coro de la canción rememoraba también que aquel plateño morboso, cuando el juego mágico le salió mal, se lanzó a las aguas del río con el fin de ir a parar a Bocas de Ceniza. “Se va el caimán, se va el caimán, se va para Barranquilla“, escribió Peñaranda, y las grandes orquestas comenzaron a cantar su tema, y muy pronto empezó a cantarlo todo el país entero, acompañándose con  las palmas de las manos, especialmente cuando los estudiantes se iban de paseo. Un poco reforzado el argumento, pues, pero hubo que reconocer que tenía, cuando menos, su sofisma con qué defenderse.

Jaime Agudelo, por su parte, era uno de los personajes vinculados al buen humor más reconocibles, reconocidos y apreciados por los colombianos. Por evidentes razones, lo apodaron el Flaco y así habría de quedarse por siempre. Lo que no todo el mundo sabía, o más exactamente lo que casi nadie sabía de aquel palmireño gracioso, era que contaba con una voz dulce para el canto y una habilidad natural para tocar la guitarra con la misma dulzura con que cantaba. Tampoco sabía casi nadie que también tocaba el bajo.

Los Ruanetas ponían en evidencia que el espíritu alegre y parrandero no era exclusivo de los costeños, porque —más allá de que Álvaro Lemon lo fuera— también saltaba a la vista que los cachacos interpretaban su música, la del interior de aquel país dividido también por eso, proyectando la misma efusividad que transmitían los aires de la Costa.

 

 

Al espíritu fiestero de sus canciones, unían una buena dosis de picaresca, que bien lejos estaba de rayar en la vulgaridad, y que, por el contrario, le inyectaba a la atmósfera casi siempre gélida de la sociedad bogotana y colombiana, inmersa en un complejo universo de problemas irresolutos y de angustias cotidianas, una conveniente y saludable dosis de entusiasmo y de optimismo al recibir el fin de semana luego de tantos trabajos, de tantos afanes y seguramente de tantas frustraciones.

 

 

Pero, además, —y esa era nuestra percepción personal— demostraban con su peculiar estilo musical que el tiple santandereano, inveteradamente asociado a la nostalgia, la tristeza y las lágrimas —de ahí que se le conociera en algunas partes como el tiple “llorón”— también, si lo ejecutaban manos diestras y se hacía acompañar de instrumentos y de músicos que se lo propusieran, era capaz de irradiar, desde la dureza proverbial de nuestras breñas, unas buenas dosis de alegría y hasta no pocos deseos de salir a “tirar paso”.

Bueno, aunque —como escucharán enseguida, cuando Los Ruanetas empiecen a interpretar Cinturita de avispa, de Jaime Valencia—, a veces se apoyaban también en los sonidos fiesteros del requinto.

 

[CONTINUARÁ]

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FOTOGRAFÍAS: (1) Carátula del L.P. “Llegaron Los Ruanetas”. El maestro Humberto Martínez Salcedo aparece junto a Jaime Agudelo, Álvaro Lemon y Pedro Nel Martínez.

(2) Contra-carátula del L.P. “Llegaron Los Ruanetas”. El doctor Humberto Martínez Salcedo aparece de segundo en las fotografías. Aparte de los demás integrantes, Pedro Nel Martínez, Álvaro Lemon y Jaime Agudelo, aparece Carlos Agudelo, hermano de Jaime, y quien participó con el tiple.

(3) Álvaro Lemon (en el centro) y Jaime Agudelo (a la derecha), integrantes de Los Ruanetas.

(4) Carátula del L.P. “Sábados de rumba”, de Los Ruanetas. El maestro Humberto Martínez Salcedo aparece con Pedro Nel Martínez, Jaime Agudelo, Álvaro Lemon y Carlos Agudelo.

(5) Los Ruanetas. El doctor Humberto Martínez Salcedo (en el centro) aparece con Carlos Agudelo, Álvaro Lemon, Jaime Agudelo y Pedro Nel Martínez.

 

 

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1 respuesta a HUMBERTO MARTÍNEZ SALCEDO, EL MAESTRO SALUSTIANO: REMEMBRANZAS DE UN SANTANDEREANO. [Capítulo Tercero]. Por Óscar Humberto Gómez Gómez, Miembro de la Academia de Historia de Santander y Miembro del Colegio Nacional de Periodistas.

  1. Mafalda dijo:

    Toda una época. Qué bueno recordarla, pero sobre todo, conocer más de sus protagonistas. Pasando a ser no sólo una imagen querida del pasado, sino humanizando y descubriendo parte de sus vidas y sus dones.

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