A propósito de la renuncia de Camilo Jiménez a su cátedra en la Universidad Javeriana. Por Óscar Humberto Gómez

No es usual que un profesor universitario renuncie, pero además lleve su renuncia a los medios de comunicación. Excepción hecha de la explosiva dimisión de Hernán Motta Motta, profesor de Introducción al Derecho y de Sociología en la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Bucaramanga (UNAB), a raíz de que el nuevo rector Manuel Francisco Neira Rojas expulsó a dieciséis estudiantes luego del paro de 1976 contra el alza en las matrículas, y del también explosivo retiro, en abril de 1985, de Gerardo Delgado Silva, profesor de Derecho Probatorio de esa alma mater a raíz de haberse programado un Curso de Derecho Probatorio pasando por encima de su condición de titular de la cátedra, no conocía el caso de una dimisión en solitario con tales características de controversia pública. Más exótico aún resulta el hecho de que el profesor, al renunciar, critique duramente a sus alumnos y, a través de ellos, a toda una generación, y se declare vencido como pedagogo.

El catedrático de la Universidad Javeriana Camilo Jiménez ha renunciado a su cargo como docente de la Facultad de Comunicación Social porque sus alumnos, no precisamente “primíparos”, sino estudiantes de los últimos semestres, no pudieron, en cuatro meses que les dio para hacerlo, escribir el resumen de un libro.

La renuncia fue publicada en EL TIEMPO.  Pero lo más insólito es que tal publicación no fue iniciativa del dimitente, sino de la propia Universidad Javeriana por conducto de uno de sus más altos directivos, quien le pidió permiso al profesor para publicar el texto en el diario, luego de que el catedrático lo insertara en su portal de Internet.

El turbión de interrogantes que suscita el tema nosotros ya lo veníamos planteando desde hacía rato, sólo que sin este impacto colectivo, explicable por hallarse involucrada una de las más prestigiosas universidades del país. Las primeras preguntas son las más elementales: ¿Están los alumnos universitarios de hoy en día dedicados durante las horas de clase, no a atender la exposición de su profesor, sino a jugar con el BlackBerry o con el iPad? Y si ello es así, ¿de quién es la responsabilidad de que tamaña anomalía ocurra?

Se afirma que la desatención y mediocridad estudiantil son “culpa” de la tecnología, que el celular, el computador, la Internet y los demás avances tecnológicos e informáticos de la sociedad moderna mataron no sólo la atención, sino también el espíritu investigativo de los jóvenes, a quienes convirtió en autómatas viciosos del chat, limitados a hacer sus tareas escolares ingresando, simplemente, al “Rincón del vago”.

Pero, ¿es realmente “culpa” de la tecnología?

O, no será, más bien, ¿”culpa” de la actitud que se ha asumido ante la tecnología? ¿No será, más bien, que los grandes avances tecnológicos se están usando de manera desviada?

Y si ello es así, surge de nuevo la pregunta: ¿de quién es la culpa, desde el punto de vista institucional y humano?

Ahora bien; ¿debe permitirse que continúe ese “dejar hacer, dejar pasar” al que ha caído, y no de ahora precisamente, la Universidad colombiana, con alumnos que bien pueden ir a clase o bien pueden no ir; que si van, bien pueden llegar temprano o bien pueden llegar tarde; que bien pueden tomar apuntes o bien pueden dedicarse a hablar por celular; que bien pueden mirar y escuchar a su profesor o bien pueden darle la espalda y dedicarse a charlar con sus compañeros de clase, porque, al final, basta con que respondan y aprueben los exámenes?

Y, a propósito de exámenes, ¿ese sistema de ahora, de simplemente marcar una de entre varias respuestas posibles, que fue a lo que se redujeron las pruebas del ICFES y, tras de ellas, a lo que se redujeron todas las pruebas académicas, ha traído beneficio a -pongamos por caso- la capacidad de los jóvenes para hablar en público, opinar en una columna de prensa o escribir un libro y, en cualquiera de tales hipótesis, plantear afirmaciones controversiales? Decir, por ejemplo, que “Simón Bolívar era colombiano”, ¿debe marcarse como correcto o como incorrecto? Si un alumno tuviera la oportunidad de defender la primera opción, seguramente escucharíamos o leeríamos una interesante disertación sobre la manera como ese gran latinoamericano trascendió el limitado concepto de ser oriundo de Caracas (“No se es de donde se nace, sino de donde se lucha”, se escuchaba en un disco de Ana y Jaime) o acerca de aquel memorable período (1821-1830) en el que Colombia comprendió a Venezuela, Nueva Granada y Quito.  Pero ante el estrecho margen de maniobra que le da la pregunta, es posible que si marca que es correcto decir que Simón Bolívar era colombiano, se le califique con una mala nota, porque la “X” no hay forma de explicarla.

La queja, en el fondo, es la misma que se oye por doquier: que los universitarios no leen.

Pero la frase es, como mínimo, sesgada.  Porque no son sólo los universitarios los que no leen. Es que ya prácticamente nadie lee. En este país no lee el gobierno, no lee la justicia, no leen los médicos, no leen los ingenieros y, lo que es peor, no leen los columnistas. Hace poco, uno de mis hijos, Édgar Leonardo, cuestionaba el que un columnista se hubiese referido a Carlos Gardel como el autor de la frase “veinte años no es nada“, cuando la verdad es que Gardel no escribió eso, porque Carlos Gardel lo que les aportaba a los tangos, aparte de su interpretación, era la música, ya que la letra la creaba el poeta Alfredo Le Pera.  Yo mismo sigo encontrando columnas de prensa en las cuales se habla de que “Es un buen tipo mi viejo, como escribió Piero”, pese a que Piero no escribió tal cosa, porque Piero, al igual que Gardel con sus tangos, componía la música de sus baladas, y el que escribía las letras era el poeta y periodista argentino José Tcherkaski. No he olvidado jamás el informe de un periódico local que al reseñar la lista de nuestros próceres incluyó a Boves, ni aquella nota de primera página acerca del 20 de julio según la cual “dieciocho días después, el 7 de agosto, se llevó a cabo la Batalla de Boyacá”.  Y así sucesivamente, no son pocos los que escriben sin ton ni son, anotando lo primero que se les viene a la cabeza e incurriendo en toda suerte de exabruptos, porque no se molestan en leer ni siquiera las carátulas de los discos.

¿Y por qué nadie está leyendo?

¿No será todo esto culpa de la prisa que se apoderó de todos y de todo? ¿No debemos ubicar ese alejamiento de la lectura dentro del mismo contexto de la prisa en la radio, la prisa en la televisión, la prisa en la prensa, la prisa en la justicia (prisa que mató la oratoria forense y debido a la cual cada vez es más evidente que no se leen los memoriales, ni se lee la jurisprudencia, ni se lee la doctrina y, más grave todavía, ni se lee la ley, a pesar de lo cual, y por otras razones, los juicios se eternizan durmiendo en los anaqueles), la prisa en la Medicina, la prisa en el diálogo, la prisa en el hogar, la prisa en la empresa, la prisa en la misa, la prisa en la política (¿han visto ustedes cuántas veces le quitan el sonido al orador que está dirigiéndose a la plenaria del Senado, para que hable más de prisa?), la prisa en la comida (¿han almorzado ustedes, por casualidad, con una hamburguesa o un perro caliente, o sea, con “comidas rápidas”?), en fin, la prisa en todas partes? ¿Habrá todavía alguien que se ponga a leer el Quijote? ¿No desterraron las editoriales la poesía, porque eso ya no se lee, y no se lee porque no hay tiempo, y no hay tiempo porque todos vivimos de prisa? ¿No atropellan las palabras los locutores de radio y televisión por querer desembuchar las noticias a toda prisa?

Ahora bien; eso de resumir un libro en pocas palabras, ¿no nos lo ponían a hacer a nosotros desde el bachillerato?

Este portal de Internet, respetuoso, como siempre, de la libertad de expresión, y entendiendo, también como siempre, que el conocer diferentes puntos de vista es, en estos casos, la mejor manera de aproximarse a la verdad, publica algunas de las opiniones que se han vertido acerca del asunto e incluye, como es apenas obvio, la exposición que ha hecho en torno a los motivos de su renuncia el catedrático Camilo Jiménez.

Lo que se está debatiendo, desde luego, no nos es ajeno, modestos cultores como somos del periodismo y de la literatura, ambos conectadas directamente con el correcto manejo del lenguaje y con la temática que aquí se toca, pero también dada nuestra postura crítica frente a diversos tópicos de nuestro actual sistema educativo y de la forma como se viene abordando el progreso tecnológico e informático dentro de los quehaceres formativos de los hombres y las mujeres de hoy y del mañana.

Ojalá esta tempestad no amaine pronto, sino que, por el contrario, arrecie.

¡Gracias por compartirla!
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3 respuestas a A propósito de la renuncia de Camilo Jiménez a su cátedra en la Universidad Javeriana. Por Óscar Humberto Gómez

  1. Su escrito es una oportuna asociación de instantes en el tiempo, ahora que la UNAB inició una nueva etapa (17/abr/2013). Sin embargo; en aras de la verdad histórica, la frase que acabo de leer publicada el 15/dic/2011: “… a raíz de que el nuevo rector Manuel Francisco Neira Rojas expulsó a dieciséis estudiantes luego del paro de 1976 contra el alza en las matrículas,” relacionada con la renuncia de Hernán Motta Motta, profesor en la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Bucaramanga (UNAB), un pensionado y residente en París hace varios decenios después de haber sido congresista, riñe con hechos ciertos y verdaderos. Con suma deferencia, sugiero a usted un derecho de petición al rector actual solicitando el acta de expulsión y, en la respuesta, podrá leer que la decisión de excluir de la universidad a los dieciséis estudiantes fue de la Junta Directiva de la UNAB. No del rector recién nombrado, aún no posesionado, quién los reintegró en un lapso de dos años, ¡en ejercicio pleno de sus funciones y en contravía de la opinión de unos de los cofundadores!

  2. Arturo Murgueitio dijo:

    Señor Álvaro Lozada. No comprendo nada de lo que escribió. ¿Podría ser más claro cuando se exprese?. No es una ofensa, es sólo que no entiendo, y lo más preocupante, y no necesariamente para mí, es que no creo que haya algo qué entender…

  3. Álvaro Lozada Villabona dijo:

    Arrecia el torbellino de la ventisca a fuerza de querer hacer las cosas como nos dijeron que eran, pero ese dijeron era para otro momento histórico y para otras generaciones, indiscutiblemente menos lúcidas que las actuales, pues el mundo, no el planeta, porque aún hablamos del error de PLANO raíz de planeta, y lo peor lo copiamos pero no lo reciclamos… ; será que los jóvenes nos están mostrando un norte y quieren educación pertinente y concordante.

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