Sentado frente al telón
ACERCA DE LA EXCELENTE PELÍCULA COLOMBIANA “UN POETA”
(I)
Por Óscar Humberto Gómez Gómez
Toda la atención se centra en aquel poeta que a sus veinticinco años obtiene un premio de poesía e incluso alcanza a publicar dos libros, pero que después de otros veinticinco, y algunos más, ha dejado de escribir y se ha sumergido en las honduras del licor y las arideces del abandono porque se siente fracasado en la vida.
Empero, desde mi punto de vista muy personal, esa sensación de fracaso se la da su ego: se siente fracasado por el hecho de no haber podido, luego de un promisorio comienzo, seguir escalando materialmente dentro del mundo de la poesía.
Por supuesto, en ese papel autodestructor, a su ego se suma, como una carga diaria, pesada e insoportable, la presión familiar y social, que lo percibe, no como un poeta, sino como un desempleado, un bueno para nada que no aterriza en la realidad de la vida y no pareciera percatarse del contenido no precisamente poético de las facturas.
Estupenda, a no dudarlo, la caracterización que del poeta Óscar Restrepo hace el actor Ubeimar Ríos.
En lo personal, sin embargo, centré más mi atención en el otro personaje, en la quinceañera Yurlady (Rebeca Andrade), quien desde mi perspectiva íntima me parece que encarna con mayor claridad lo que significa ser poeta.
Y es que siempre he creído que aquel que se deja llevar por el ego, por la búsqueda de la publicidad, que solamente pretende a toda costa hacerse rico o famoso con sus talentos literarios, de alguna manera traiciona el concepto mismo de lo que significa ser soñador; que no otra cosa distinta entraña el ser poeta.
En efecto, Yurlady, una jovencita pobre de quince años y estudiante de un colegio modesto, redacta versos de singular belleza, retrata con palabras hermosas su entorno, desnuda sus sueños y revela sus estados anímicos, en una palabra Yurlady hace poesía; pero ella no pretende nada distinto de eso: de plasmar en su cuaderno de apuntes sus sentimientos íntimos, consignar sobre la hoja en blanco sus tristezas, sus alegrías, su íntima y particular visión del mundo y de la vida; en otras palabras, Yurlady es una verdadera poetisa. (O una verdadera poeta, como gusta más hoy en día, aunque aclaro que la Real Academia Española en su diccionario consigna tanto una forma de expresarlo como la otra y a mí en lo personal me gusta más, porque me parece más delicada, la expresión poetisa).
Yurlady es, pues, una verdadera cultora de la poesía sin que se lo proponga, y precisamente porque no se lo propone, porque nada espera de la poesía, porque no le interesa explotarla, porque no tiene como mira sacarle partido económico o llegar a ser famosa a punta de escribir versos, me parece que es un símbolo mucho más exacto, más preciso, más diáfano, de lo que significa y debe significar siempre ser poeta.
Y es que solo cuando cultiva sus talentos con total honestidad, sin esperar nada a cambio, sin perseguir reconocimientos públicos, sin estar pendiente de la nota periodística, ni de la noticia radial o de la entrevista televisiva, ni del aplauso, ni de las luces, ni de los elogios; cuando escribe versos sin perseguir premios, ni medallas, ni diplomas, ni dinero, ni nada distinto de esa sensación placentera e indescriptible de ser espiritualmente libre, es cuando verdaderamente el ser humano saca de sí, de entre sus más profundas interioridades, lo que es en realidad; cuando el ser humano consigna en unas palabras, versificadas o no, toda la carga interior que guarda en el alma, sus angustias, su soledad, sus alegrías, sus recuerdos, sus nostalgias, las cosas que ayer tanto le satisficieron, los anhelos que no pudo conquistar en su existencia, el dolor de las partidas, la remembranza de los amigos que se fueron, los sentimientos de gratitud hacia aquellos seres que le hicieron feliz, es cuando verdaderamente se hace poeta. El poeta plasma en verso o en prosa las exquisiteces del amor, el encanto de las flores, el trinar de los pájaros, el murmullo de los ríos, la maravilla de la naturaleza, el azul del cielo, la blancura de las nubes, la calidez del abrazo, el dolor de la niñez desamparada y los horrores de la guerra sin esperar que por eso le pongan en el pecho una medalla o le consignen un dinero en su cuenta bancaria. Quizás por eso, y exceptuando a uno que otro que logró una buena posición económica gracias a sus obras poéticas, o a aquellos que, para decirlo en lenguaje hiperbólico, nacieron nobles y adinerados, como Iñigo López de Mendoza el Marqués de Santillana, los poetas suelen ser pobres y se quedan viviendo por siempre en la pobreza, aunque al final, cuando por fin parten de este mundo, lo hacen bendecidos por la gloria.
(CONTINUARÁ)
ÓSCAR HUMBERTO GÓMEZ GÓMEZ: Miembro de Número de la Academia de Historia de Santander. Miembro del Colegio Nacional de Periodistas. Miembro de la Sociedad de Autores y Compositores de Colombia. Miembro del ilustre y desaparecido Colegio de Abogados de Santander.