LAS PANDEMIAS Y EL REDESCUBRIMIENTO DEL SER HUMANO. (III). Por Óscar Humberto Gómez Gómez.

ÓSCAR HUMBERTO GÓMEZ GÓMEZ (Fotografía: Nylse Blackburn Moreno).

 

“Richard titubeó y miró a Rieux.

-Sinceramente, dígame usted lo que piensa. ¿Tiene usted la seguridad de que se trata de la peste?

-Plantea usted mal el problema. No es una cuestión de vocabulario: es una cuestión de tiempo.

-Su opinión -dijo el prefecto- sería entonces que, incluso si no se tratase de la peste, las medidas profilácticas indicadas en tiempo de peste se deberían aplicar.

-Si es absolutamente necesario que yo tenga una opinión, en efecto, esa es.

Los médicos se consultaron unos a otros y Richard acabó por decir:

-Entonces es necesario que tomemos la responsabilidad de obrar como si la enfermedad fuera una peste.

La fórmula fue calurosamente aprobada.

-¿Es esta su opinión, querido colega?

-La fórmula me es indiferente -dijo Rieux-. Digamos solamente que no debemos obrar como si la mitad de la población no estuviese amenazada de muerte, porque entonces lo estará.

En medio de la irritación general Rieux se fue.

Poco después, en el arrabal que olía a frituras y a orinas le imploraba una mujer, gritando como el perro que aúlla a la muerte, con las ingles ensangrentadas.

Al día siguiente de la conferencia, la fiebre dio un pequeño salto. Llegó a aparecer en los periódicos, pero bajo una forma benigna, puesto que se contentaron con hacer algunas alusiones. En todo caso, al otro día Rieux pudo leer pequeños carteles blancos que la prefectura había hecho pegar rápidamente en las esquinas más discretas de la ciudad.

Era difícil tomar este anuncio como prueba de que las autoridades miraban la situación cara a cara. Las medidas no eran draconianas y parecían haber sacrificado mucho al deseo de no inquietar a la opinión pública. El exordio anunciaba, en efecto, que unos cuantos casos de cierta fiebre maligna, de la que todavía no se podía decir si era contagiosa, habían hecho su aparición en la ciudad de Orán. Estos casos no eran aún bastante característicos para resultar realmente alarmantes y nadie dudaba de que la población sabría conservar su sangre fría. Sin embargo, y con un propósito de prudencia que debía ser comprendido por todo el mundo, el prefecto tomaba algunas medidas preventivas. En consecuencia, el prefecto no dudaba un instante de la adhesión con que el vecindario colaboraría en su esfuerzo personal. El cartel anunciaba después medidas de conjunto, entre ellas una desratización científica por inyección de gases tóxicos en las alcantarillas y una vigilancia estrecha de los alimentos en contacto con el agua. Recomendaba a los habitantes la limpieza más extremada e invitaba, en fin, a los que tuvieran parásitos a presentarse en los dispensarios municipales. Además, las familias deberían declarar los casos diagnosticados por el médico y consentir que sus enfermos fueran aislados en las salas especiales del hospital. Estas salas, por otra parte, estaban equipadas para cuidar a los enfermos en un mínimum de tiempo posible y con el máximum de probabilidades de curación. Algunos artículos suplementarios sometían a la desinfección obligatoria el cuarto del enfermo y el vehículo de transporte. En cuanto al resto se limitaban a recomendar a los que rodeaban al enfermo que se sometieran a una vigilancia sanitaria. El doctor Rieux se volvió bruscamente después de leer el cartel y tomó el camino de su consultorio.

Joseph Grand, que lo esperaba, levantó otra vez los brazos al verle entrar.

-Sí -dijo Rieux-, ya sé, las cifras suben.

La víspera, una docena de enfermos había sucumbido en la ciudad”. (Albert Camus. “La peste”. 1947).

 

Esta es “la decencia”.

Sí, “la decencia” de la que habla, precisamente, el doctor Rieux, personaje central de “La peste”, de Albert Camus, en la memorable frase que reprodujimos en entrada anterior. “La decencia”, que es el arma con que cuenta una comunidad, una ciudad o una nación para enfrentarse a una epidemia, o la humanidad toda para enfrentarse a una pandemia.

Sí: es la decencia que significa, pongamos por caso, el cumplir con el deber; el ser fieles a unos principios éticos, que se ponen a prueba, precisamente, en estos momentos particularmente difíciles; el procurar no poner jamás en riesgo a los demás; el no aprovechar esta clase de coyunturas infortunadas en provecho propio; el tratar de auxiliar a quienes se tenga la posibilidad de ayudar de alguna manera, así sea a través de una voz de fe, de optimismo y de esperanza a través del teléfono.

Pero hay otra decencia. Una decencia de colosal importancia para el planeta. Una decencia que ojalá tengan en estas crisis los gobernantes, los poderosos, los amos y señores de los destinos del mundo: la decencia de no generar o atizar el pánico colectivo para después beneficiarse a manos llenas con la vacuna, con el medicamento terapéutico, con la venta masiva de aquello que el terror convirtió, sin serlo, en artículo de primera necesidad.

En fin: después de esta pandemia —que, como lo habrán notado, ha tenido mucha mayor difusión y ha desencadenado más miedo, paranoia y desesperanza que las inmediatamente anteriores, incluida la de la gripa porcina o AH1N1, cuyas verdaderas circunstancias antecedentes, concomitantes y subsiguientes, por cierto, jamás fueron aclaradas—, ya nada volverá a ser igual.

Queda por ver si ese “ya nada volverá a ser igual” terminará refiriéndose a que de ella saldrán fortalecidos los valores éticos y morales de nuestra sociedad; virtudes hermosas como la fraternidad y la solidaridad; sentimientos bellos y sublimes como la amistad y el amor; querencias nobles como el sentido de pertenencia a la tierra donde nacimos; ideales altruistas como el de la filantropía y el ver siempre al prójimo en los demás.

O si, por el contrario, como temen muchos, precisamente serán esos valores, esas virtudes, esos sentimientos, esas querencias y esos ideales, las mayores víctimas que deje la pandemia.

_______

 

NOTA: “Santander en la Red” acata, con respeto, la solicitud que han hecho los mamos de la nación arhuaca, de la Sierra Nevada de Santa Marta, para que no se siga mencionando por su nombre al agente causante de la pandemia, pues con ello se le termina invocando. Y no solo la acata, sino que, además, se une a ella.

Consecuentes con tal decisión, y como nuestros lectores podrán observarlo, hemos procedido a modificar el título de la serie y algunas partes de su contenido.

¡Gracias por compartirla!
Esta entrada fue publicada en Blog. Guarda el enlace permanente.

1 respuesta a LAS PANDEMIAS Y EL REDESCUBRIMIENTO DEL SER HUMANO. (III). Por Óscar Humberto Gómez Gómez.

  1. Lina P. de Villamizar dijo:

    Gracias, Óscar. Nos confortan sus escritos, nos enseñan y acompañan. Mil gracias.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *