VICKY. Crónica de una época. CAPÍTULO I. Por Óscar Humberto Gómez Gómez, Miembro de Número de la Academia de Historia de Santander y Miembro del Colegio Nacional de Periodistas.

 

Antes de tener que soportar el peso agobiante de la fama, la jovencita Esperanza Acevedo Ossa, a sus escasos diecinueve años de edad, tuvo que vérselas con los venenosos estiletes de la envidia, así como cuando apenas contaba con tres o cuatro añitos de vida había tenido que verles muy de cerca el rostro al terror y a la violencia.

Tenía, en efecto, tan solo diecinueve años cuando las ondas hertzianas, las luces de la televisión y las cuartillas entintadas de los linotipos comenzaron a verse gratamente invadidas con su nombre.

O con su nombre artístico, para ser más exactos. Un nombre artístico que terminó desplazando su nombre verdadero y que nació en un programa radial antecedente del espacio televisivo “El Club del Clan”, cuando, sabedor de su talento, por referencias que acababan de darle sobre aquella joven secretaria de un banco —del Banco del Estado—, que se encontraba sentada, al lado de su mamá, formando parte del público, Guillermo Hinestroza Isaza, el director del habitual y ya prestigioso certamen, le pidió a través del micrófono que pasara a cantar, pero en lugar de su nombre de pila, que no le pareció sonoro desde el punto de vista artístico, le dio por llamarla “Vicky”, en medio, por supuesto, de su desconcierto y del desconcierto de su progenitora. (Guillermo Hinestroza Isaza, maestro por excelencia de la locución antioqueña y colombiana, dicho sea de paso, había de morir en un hogar para ancianos, víctima de la vejez, el desencanto, la soledad y el olvido).

 

De aquellos momentos que tan decisivos habrían de ser en su vida, se cuenta que incluso cuando el reconocido descubridor de talentos la invitó a pasar al escenario, Esperanza miraba hacia los lados y hacia atrás tratando de descubrir quién era esa tal Vicky a la que acababan de anunciar, hasta que, entre gritos, aplausos y risas, le hicieron caer en la cuenta de que, aun cuando no se llamaba Victoria, se estaban refiriendo a ella. Así que se paró del puesto sonriéndoles a todos con timidez de provinciana y se dirigió hacia el escenario a donde subió con una entremezcla indescifrable de alegría y de ansiedad sin límites.

-¿Cómo te llamas?, le preguntó el reconocido conductor del espacio y buscador de nuevas figuras del canto.

-Esperanza—, respondió ella, sintiendo en su ser los primeros embates del pánico escénico, que jamás habrían de abandonarla en la vida y la forzarían a tomarse un par de güisquis antes de subirse a la tarima.

-No —le replicó el hombre al mando, fingiendo una conveniente seriedad que no sentía—. Ese nombre está muy largo y no es artístico.

La muchacha no lo contradijo y solo mantuvo su sonrisa tímida.

-Desde hoy te llamarás “Vicky”— le sentenció el director entre serio y sonriente.

Ella ni siquiera formuló la pregunta obvia: “¿Vicky por qué”?

-Bueno —dijo simplemente, resignada y en medio de la risa general.

 

De pie frente al micrófono, ya en solitario, anunció que cantaría una canción de moda titulada “Tú serás mi baby“.

“Tú serás mi baby”, título que en español se le dio a la canción “Be my baby”, compuesta por Phil Spector, Jeff Barry y Ellie Greenwich, había sido lanzada al estrellato de la fama mundial por el trío femenino “Las Ronettes” en 1963. Este trío había nacido como un quinteto conformado por dos hermanas y tres primos de una misma familia, pero dos de los primos se habían retirado. Al año siguiente del éxito de “Las Ronettes” con “Be muy baby”, en 1964, y ya bajo el título “Tú serás mi baby“, la canción, interpretada por la banda Les Surfs, de Madagascar, ocupó el primer lugar en España. Esta misma banda la interpretó en francés, que realmente era su lengua nativa.

El trío “Las Ronettes” lo integraban Verónica Bennet, Estela Bennet y Nedra Talley. La banda Les Surfs estaba integrada por Mónica Rabarona y sus cinco hermanos, cuatro hombres (Coco, Pat, Rocky y Dave) y una mujer (Nicole).

 

 

 

Como buena principiante, la todavía anónima muchacha que de Palmira, Valle del Cauca, había arribado a la gélida capital de la república y a la que acababan de cambiarle no solo el nombre, sino la vida, primero ensayó el tema, presa de los nervios, en la parte trasera del escenario y, una vez le anunciaron su turno, salió a ponerle la cara a aquel primer reto, contando con sus compañeros del banco como ruidosa barra y la mirada resignada de su silenciosa y estricta mamá, quien inicialmente se había opuesto de manera rotunda a que pasara a cantar.

Para ese entonces resultaba impensable que una jovencita de su edad, una hija de familia, fuera sola a un espectáculo musical de esos. Por ello, había ido acompañada por su mamá, doña Graciela Ossa de Acevedo. Sí: la misma estricta doña Graciela que le había pegado unos cuantos fuetazos cuando le llegó a casa a las 11 de la noche a pesar de que ella solo le había dado permiso para que saliera con su novio hasta las 10. La misma estricta esposa del ex alcalde de Ansermanuevo, Valle del Cauca, su pueblo natal, don Saulo Acevedo, que años atrás había tenido que salir huyendo con ella en los brazos y sus dos hermanos pegados a su cintura hacia Palmira, cuando la futura artista era apenas una nena de tres o cuatro añitos de edad, a causa de los sangrientos embates desatados por la fratricida violencia liberal-conservadora, para irse a encontrar con su marido fugitivo, quien había tenido que fugarse del pueblo antes porque, luego de haber sido arrestado y mantenido preso, lo iban a asesinar. La misma estricta mamá que esperaba que su única hija cumpliera su sueño de estudiar Derecho y convertirse en abogada para salir a defender a los perseguidos políticos y a todos los que no tuvieran quién los defendiera, sueño que la niña de tres o cuatro años comenzó a soñar y a balbucear a partir del momento inolvidable en que, desde la terrible angustia de su confusión, desde las sombrías honduras de su miedo y desde la abrumadora impotencia de su fragilidad, le escuchó a su angustiado papá la frase desgarrada que habría de quedársele por siempre en la memoria sin comprender en absoluto qué era aquello a lo que él se refería: “¡Necesito un abogado! ¡Necesito un abogado!”.

Desde su arribo a la lejana y brumosa Bogotá y hasta ese preciso momento en que iba a cantar en público por primera vez, Esperanza había mantenido firme esa decisión suya de estudiar Derecho. No imaginaba que a partir de aquel día ya nada volvería a ser igual y que sus sueños de verse en los estrados defendiendo con vehemencia a los que, como su padre, veían la cárcel cerca, ya jamás se harían realidad.

Esperanza, ahora bautizada con el extraño e inexplicable nombre de “Vicky”, comenzó a cantar “Tú serás mi baby” y de esa manera dio inicio a su primera presentación. Entonces, aquel público bogotano, mientras la aplaudía con fervor, quedó notificado de que acababa de nacer en su presencia una nueva representante de la Nueva Ola colombiana.

De aquel momento estelar, lamentablemente, no quedó filmación, ni grabación sonora alguna. En cambio, sí existe una fotografía en blanco y negro, la misma que publicaremos en seguida. La canción “Tú serás mi baby“, interpretada por Les Surfs, puede ser escuchada en YouTube.

 

 

Por infortunio, como lo dejamos insinuado al principio, también se dieron cuenta de aquel suceso extraordinario que estaba comenzando a ocurrir en el mundo de la música los amargados de siempre y fue así como más se demoró en empezar a refulgir en el firmamento artístico nacional la luz fulgurante de su evidente talento, que en echarse a andar en contra suya la primera bola de nieve de la infamia.

Ella habría de recordarlo mucho tiempo después, sentada frente a las cámaras junto a otras personas, cuando ya el cáncer la acechaba, también con la misma saña malsana con la que pretendieron enlodar su reputación aquellos anónimos difamadores de tantos años atrás. Solo que, a diferencia de su familia, que nunca se lo perdonó a aquellos espíritus ruines, ella volvió a tomarlo, igual que lo hizo entonces, con el desparpajo propio de quienes aplican eso de que “a palabras necias, oídos sordos”. Un desparpajo rebelde que, sin embargo, no había evitado el que optara por retirarse abruptamente de la vida artística en aquel mismo agridulce 1967 y que solo retornara a ella en 1973 —procedente de la vecina Venezuela, a donde había emigrado—, gracias a la insistencia de un joven y talentoso descubridor de estrellas, osado productor y ameno, sonriente y jovial animador de la televisión —por entonces todavía en blanco y negro—, el bumangués Alfonso Lizarazo.

 

 

“Sí, fueron ciertos”, le respondió, entonces, a su entrevistador de ahora, cuando este le preguntó sobre si habían sido ciertos aquellos incómodos momentos vividos tantos años atrás.

“Y es más —le agregó—. No solo dijeron que yo era un hombre, sino que el pipí me lo había mandado a cortar en Francia”.

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ILUSTRACIONES:

(1) Vicky. Fotografía de los años 60. Arte: Pedro Jesús Vargas Cordero.

(4) Momento estelar en la historia de la balada colombiana: la joven secretaria del Banco del Estado Esperanza Acevedo, a quien acaban de presentar como “Vicky”, canta la canción “Tú serás mi “baby”” en un programa radial antecesor del espacio televisivo “El Club del Clan” en Colombia.

(5) Alfonso Lizarazo. Fotografía de los años 60 cuando el joven locutor nacido en Bucaramanga daba a conocer los nuevos talentos en Bogotá a través de Radio 15 y del sello discográfico Estudio 15.

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(CONTINUARÁ)

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