VICENTE ARENAS MANTILLA Y EL GENERAL FARÍAS. (V). Por Óscar Humberto Gómez Gómez, Miembro de Número de la Academia de Historia de Santander.

ÓSCAR HUMBERTO GÓMEZ GÓMEZ (Fotografía: Nylse Blackburn Moreno).

 

¿QUIÉN ERA EL GENERAL FARÍAS?

 

Como recuerda el historiador santandereano Roberto Harker Valdivieso, “Bucaramanga también tuvo sus bobos y sus locos que muchas gentes llamaron despectivamente los “personajes típicos”. El “General Farías” fue quizás el más conocido dentro de la generación del centenario. Siempre vestía con un frac que heredaba de la sociedad bumanguesa. En la casa de uno de los Puyanas le facilitaban las tres raciones a cambio de que picara el pasto para los caballos que estaban en las pesebreras de aquella señorial mansión. Y así subsistía y salía a la parte norte de la ciudad para esperar en el borde de la meseta las recuas que traían los arrieros desde Puerto Santos y que según el “General Farías” formaban parte de un cargamento de oro enviado a su buen cuidado por la Reina Victoria de Inglaterra” (HARKER VALDIVIESO, Roberto. Y sucedió en Bucaramanga. Biblioteca Santander. Volumen XXXI).

 

Según el también historiador santandereano Ernesto Valderrama Benítez, el General Farías sí habría sido militar, pero de baja graduación, y sí habría tomado parte en el ejército liberal de la Guerra de los Mil Días, derrotado por las tropas gubernamentales en Palonegro (viernes 25 de mayo de 1900). Huyendo de la persecución de estas, se habría refugiado en “el cañón que separa la Sierra Nevada de Santa Marta” y “los Llanos Orientales”, área de donde salió para irse a trasegar de hacienda en hacienda en busca de trabajo hasta que llegó a Pamplona “y de allí se trasladó a Bucaramanga, con el fin de participar en las fiestas centenarias de 1910”. (VALDERRAMA BENÍTEZ, Ernesto. Real de Minas de Bucaramanga. Imprenta del Departamento. 1932).

 

Como se observa, el General Farías habría durado 10 años en aparecerse por Bucaramanga después de huir de los cerros de Palonegro a raíz de la derrota del ejército revolucionario.

La motivación sentimental que da Valderrama Benítez para que el personaje se hubiese venido de Pamplona hasta Bucaramanga a celebrar el Centenario de la Independencia, esto es, que a esas festividades asistiría “su prometida, la Princesa de la Conchinchina, hija del Emperador de la China y de la Emperatriz de la Indochina” (VALDERRAMA BENÍTEZ, ob. cit.) no tiene un respaldo y, antes por el contrario, se contradice con quién era la mujer realmente destinataria de su enamoramiento según el historiador Roberto Harker Valdivieso y según el cronista Vicente Arenas Mantilla, como ya se sugirió atrás en cuanto al primero y conforme se observará en el romance que hoy publicaremos de este último y que fue inspirado en el famoso “personaje típico”.

 

De lo que sí se tiene certeza es de que existía en la Bucaramanga de aquel entonces un hospedaje llamado La Pamplonesa, que estaba ubicado en la que se denominaba la calle de El Volante. Como el General Farías carecía de dinero, pagaba allí su alojamiento y la comida con trabajo. Los muchachos, para burlarse de él, le gritaban: “¡General: a picar pasto a La Pamplonesa!”.

 

También es hecho verificado que el personaje era dado a la oratoria en público, aunque sus discursos, como era natural, resultaban claramente incoherentes. Valderrama Benítez trae a colación uno que pronunció, en el año 1912, en medio del tumulto, a la llegada del gobernador de Santander —Manuel María Valdivieso— y de su comitiva a la Asamblea Departamental, cuyas sesiones venía a instalar. El discurso se originó en el hecho, para el General Farías muy molesto, de que no se le permitió ingresar al recinto, a lo cual creía tener derecho en su condición de General.

Parece ser que, a pesar de lo disparatadas de sus fogosas intervenciones públicas, el personaje no carecía de elocuencia. El pasaje que reproduce Valderrama Benítez de aquel discurso así lo deja entrever:

“¿Dónde están, doctor Valdivieso, las autoridades colombianas? ¿Dónde, los jefes de las bayonetas? ¿Dónde, las garantías ciudadanas, cuando al “Lucero de la Roca”, “Punta del Diamante” y “Luz del Alba” se le niega la entrada a este modesto recinto?”.

No hay claridad sobre si, finalmente, lo dejaron ingresar o no. Pero si yo hubiese sido el gobernador, no solo lo habría dejado entrar, sino que, además, lo hubiese hecho sentar a mi lado en la mesa de honor y, de paso, hubiera hecho desalojar el salón de mirones y de lagartos, mientras los electores, por su parte, lo hacían en los siguientes comicios de corruptos y de incapaces, los mismos que, seguramente, ya empezaban a tomarse por asalto (asalto a la democracia, desde luego) las corporaciones de elección popular y los cargos públicos de este país desventurado.

 

En cuanto a su eterna espera del envío que nunca le llegó, y que lo asemeja al famoso coronel —curiosamente también de los ejércitos revolucionarios que se formaron en nuestras guerras civiles— inmortalizado por Gabriel García Márquez en su novela “El coronel no tiene quién le escriba”, no hay uniformidad acerca de qué era aquello que tan tozudamente esperaba.

Según Valderrama Benítez, él insistía en que recibiría una encomienda consistente en “varias cargas de cheques y billetes bancarios”. Empero, no es eso lo que narra Harker Valdivieso, para quien lo que esperaba el reconocido enfermo mental era “un cargamento de oro”. Por su parte, y como se observará en la poesía que publicaremos adelante, para Arenas Mantilla el General Farías esperaba unas “cargas de plata” (ARENAS MANTILLA, Vicente. Crónicas y romances. 1960).

 

Sea lo que fuere lo que se quedó esperando todo el resto de su existencia, lo cierto es que un día no precisado del año 1919, de acuerdo al relato de Valderrama Benítez, llegó al Hospital San Juan de Dios, caminando “apoyado en el bastón” y “con paso vacilante”, y preguntó por la madre superiora (pues el hospital era manejado por monjas de una comunidad religiosa). La monja lo recibió, junto a las otras integrantes de su congregación presentes en el centro asistencial, que, dicho sea de paso, era denominado en el argot popular “el hospital de caridad”. El General Farías, enfermo, con su rostro demacrado y su mirada entristecida, pero sin perder la dignidad de la que siempre insistió en hacer gala a pesar de su pobreza, las miró, les dijo: “Vengo a pasar una corta temporada, pues presiento que se me escapa la vida”, y les suplicó, haciendo lo posible para que su ruego se disfrazara de una orden, que lo atendieran de una manera acorde a su alto rango. Las hermanas de la caridad le llevaron la cuerda, con la humilde calidez que les era característica, y, en efecto, lo condujeron a uno de los salones de camas en una de las cuales pudo acostarse a descansar y a recibir sus gratuitas atenciones. Poco después, el paciente murió.

Del hospital —puntualiza el historiador— “sus despojos mortales pasaron por una puerta al cementerio”. Finalmente, el cadáver del General Farías “fue arrojado a una fosa común sin ataúd, sin flores y sin la presencia de algún ser caritativo que señalara el sitio donde duerme su sueño eterno”.

 

No es de nuestro gusto —tan propio de la sociedad de entonces como de la actual— burlarnos de la demencia de nuestros personajes típicos, como lo fue este protagonista de la historia comarcana cuyo nombre verdadero, dicho sea de paso, desconocemos. Más bien, sí nos hemos preguntado qué había en la mente de todos estos personajes, seres humanos sencillos y anónimos que vivieron siempre al margen de la realidad y de quienes ni siquiera se supo el nombre de pila, si tuvieron algún pariente en el mundo, cuáles fueron sus ideas acerca de la vida, acerca de su tierra, acerca de su familia, acerca de las personas de su entorno, acerca del amor, en fin, acerca de todo. Sí, nos hemos preguntado, por ejemplo: ¿en qué pensaba usted durante sus silenciosas divagaciones, General Farías?
Uno de los escasos datos al respecto nos lo proporciona el cronista Ernesto Valderrama Benítez, fuente según la cual la idea que el General Farías tenía de Dios era la de un ser que vestía “de túnica roja y manto celeste bordado con arabescos” y “asistía muy ocupado inventando constelaciones en su laboratorio celestial”, pero con quien él no tenía confianza porque era “muy serio” y “no se dejaba mecer las barbas” (VALDERRAMA BENÍTEZ, ob. cit.).
Seguramente, en su febril imaginación, el General Farías intentó hacerlo y no le quedó gustando la extrema seriedad de Dios.

 

Maestro VICENTE ARENAS MANTILLA

 

EL ROMANCE DEL GENERAL FARÍAS

 

Para cuando el General Farías murió, solo y pobre, en el hoy desaparecido Hospital San Juan de Dios, Vicente Arenas Mantilla era un niño de apenas 7 años de edad. Todo indica que el poeta alcanzó a conocerlo, aunque es altamente probable que haya complementado su propio conocimiento del personaje con los aportes que le suministraron fuentes orales a las que no identifica en ninguna parte de su obra. Lo cierto es que el escritor piedecuestano le compuso uno de sus romances, justamente el mismo que ojeé por primera vez en aquel folletín que él mismo vendía y que tan hondamente me marcó para siempre.

La Real Academia Española en su diccionario (DRAE) define el romance como una “combinación métrica de origen español que consiste en repetir al fin de todos los versos pares una misma asonancia y en no dar a los impares rima de ninguna especie”.

Esta era la clase de poema que solía emplear Arenas Mantilla, como, de hecho, lo advierte desde el título mismo de su libro y desde el título también de sus poemas, como el que escribió inspirado en la popular imagen de este personaje, poema que hoy publicamos en esta serie de entradas acerca de aquel y con las que hemos procurado sacarlos, tanto a él como a su simpático personaje, de los polvorientos anaqueles del olvido.

Lo reproducimos, entonces, a continuación y con ello tenemos la seguridad de que, en efecto, no solo traemos a la memoria colectiva al General Farías, aquel ser inofensivo y locuaz que escribió con su modesta vida uno de los capítulos más simpáticos —y a la vez más tristes— de nuestra vieja Bucaramanga, sino también, desde luego, al autor de estos versos, cuyo reconocimiento por parte de las actuales generaciones de santandereanos está en mora de cumplirse.

 

Parque Romero antiguo. Bucaramanga. Al costado sur del parque estaba ubicado el antiguo Hospital San Juan de Dios. (Fotografía de Quintilio Gavassa. Cortesía del historiador y periodista Edmundo Gavassa Villamizar).

 

Para nuestros amigos y lectores aquí está, pues, el

ROMANCE DEL GENERAL FARÍAS

Por Vicente Arenas Mantilla

 

“Cerca de La Espiga de Oro,

en tienda de doña Caya,

la del Hotel Puerto Wilches,

noble y bondadosa anciana,

vi muchas veces charlando

de giros, en voz muy alta,

al gran general Farías

el de las cargas de plata.

 

Vestido con gran levita,

cuello alto y roja corbata,

con mucho alfiler de perlas,

cúbilo y leontina larga

que colgaba del bolsillo

de su chaleco de marras,

salía Farías los domingos

a sus alegres andanzas.

 

Donde el maestro Miguel

a lo Humberto se tusaba,

se echaba bastantes polvos

y afilaba la navaja,

que según largas historias

le había enviado de Holanda

la princesa Guillermina

con el Kaiser de Alemania.

 

Visitaba “La Manigua”,

“El Tíbet” y “La Gitana”,

y en “El Globo” hacía palique

con don Marcelino Esparza,

y se metían sus eneldos,

y fumaban y charlaban

de mujeres y tesoros,

de negocios y batallas.

 

—Arribita, Marcelino,

decía el general de marras,

tan pronto me llegue el giro

te llevo a pasear a Italia,

y de paso en Portugal

te presentaré a mi amada,

esa tal reina Victoria

que es una hembra simpática.

 

De las mil cargas de plata

que me vienen, según carta,

en el vapor “Pérez Rosa”,

y llegan de hoy a mañana,

treinta serán para fiestas

con toros y con champaña,

y hasta un buen baile en el club

con la chata Candelaria.

 

—Adiós, General Farías,

decíanle al pasar las damas.

—Adiós, radiante pimpollo,

hermosa rosa de Francia,

clavellina perfumada,

caracuchito de mi alma.

Y con la mano en la boca

botaba besos y babas,

mientras reían los arrieros

y pasaban mil muchachas

al correo de “Gato Negro”

donde llegaban las cartas

para la niña de churcos

y el señor de las papayas.

 

En el año diecinueve

nos lo arrebató la parca

al gran General Farías,

el de la roja corbata,

el del levitón verdoso,

con leontina y navaja,

el militar más famoso

que tuvo Bucaramanga”.

 

¡Gracias por compartirla!
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2 respuestas a VICENTE ARENAS MANTILLA Y EL GENERAL FARÍAS. (V). Por Óscar Humberto Gómez Gómez, Miembro de Número de la Academia de Historia de Santander.

  1. Las cosas de la vida no son fáciles, las vemos sencillas cuando otro las hace y decimos: es suerte, pero se sabe que esta no existe, no estamos a la deriva.

  2. Mary Torres dijo:

    Como dijo mi sobrino Nicolás: “venía en el transporte y reflexionaba acerca de la vida”. El General Farías es la vida con todos los matices. En él expresados bajo los colores de lo irreal, que algunas veces “nos toca” en la vida. Bello todo: su vida, la Bucaramanga de entonces y, como todo lo bello, al final, la poca valorada existencia del General Farías. Un aplauso. Gracias por la historia.

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