EL NOMBRE DEL ESTADIO Y LA DESOBEDIENCIA CIVIL. Por Óscar Humberto Gómez Gómez

ÓSCAR HUMBERTO GÓMEZ GÓMEZ [Fotografía: Fernando Rueda Villamizar].

 

La soberanía reside, finalmente, en el pueblo. Es este quien elige a sus gobernantes y estos se hacen depositarios de la autoridad únicamente gracias a que el pueblo los invistió de ella. Los elegidos no pueden desoír la voz de sus electores porque, entonces, se estarán poniendo en contra de quienes les posibilitaron que detentaran el poder y, por ese camino, se convertirán en traidores de la democracia.

No creo que hasta esos extremos hayamos llegado en Santander. Con todo y sus defectos, pareciera que, en medio de las turbulencias propias de la política, todavía por estos lares se escucha el sentir popular y una que otra vez se atienden las peticiones que nuestra gente eleva.

Empero, cuando ello no ocurre, esto es, cuando el Estado desoye las súplicas de sus súbditos, es cuando se ponen en actividad los mecanismos de participación ciudadana, tales como la consulta popular o la revocatoria del mandato.

Porque en una sociedad democrática el gobernante no compró el poder, sino que simplemente se propuso como el vocero de su pueblo y este, por mayoría, lo escogió para que lo representara. Por eso, en una sociedad democrática el mandato es siempre precario, en el sentido de que no le está escriturado a perpetuidad a nadie.

Por similares razones, el bautizo de los lugares tiene, inevitablemente, un componente oficial y un componente popular, y solo cuando ambos coinciden existe coincidencia en sus nombres.

Así, por ejemplo, el nombre oficial del parque Las Palmas es parque General San Martín, el nombre oficial del parque San Pío es parque Guillermo Sorzano, el nombre oficial del viaducto La Flora es viaducto Armando Puyana, el nombre oficial de la carrera 15 es avenida el Libertador, el nombre oficial de la carrera 19 es avenida Eliseo Camacho o el nombre oficial de la calle 36 es avenida Rafael Uribe Uribe.

Es evidente, sin embargo, que la inmensa mayoría de nuestra gente ignora lo anterior y, consiguientemente, nadie se cita en el parque General San Martín, sino en el parque Las Palmas.

Desde luego, como se dijo atrás, existen coincidencias que hacen que el lugar tenga un nombre perfectamente definido para el pueblo. Así, todo el mundo sabe que el parque Centenario es el parque Centenario, aunque —dicho sea de paso— si al nombre oficial vamos, realmente deberíamos decir que estuvimos en el parque del Centenario de la Independencia. Como también deberíamos llamar al parque La Concordia parque de La Concordia Nacional, pues ese es su nombre oficial.

Yo suelo referirme, en la conversación diaria, al “mal llamado parque Las Palmas”, pues considero que también en el voz a voz se enseña la Historia, pero en realidad tengo que reconocer que esa visión, basada en la historia y, desde luego, en la versión oficial, cada día más se está quedando atrás, así el busto del libertador de Argentina enclavado en aquel parque todavía me apoye.

Pues bien: algo idéntico debería suceder con el estadio de fútbol de Bucaramanga, bautizado oficialmente con el nombre del presidente liberal Alfonso López Pumarejo, pero que se quería llamar con el nombre del futbolista bumangués recientemente fallecido Hermánn el Cuca Aceros (o Hermánn Cuca Aceros, como también se le conocía).

No puede quedar en la voluntad solitaria de un gobernante o en el desdén de los miembros de una asamblea el nombre de un lugar representativo de la ciudad y bautizado en su momento con inocultables intenciones de adulación política, cuando las masas populares aclaman el nombre de un hijo sobresaliente de esta tierra. Y es que en la historia del fútbol colombiano está registrado que el primer gol de la Selección Colombia en un campeonato mundial de fútbol (¿o quizás el segundo?) lo marcó ante el equipo de la entonces Unión Soviética (que, por cierto, ya no existe, como siguen creyendo algunos despistados, pues se disolvió hace ya casi treinta años) el futbolista bumangués —y, por ende, santandereano— Hermánn Cuca Aceros. Con el detalle adicional de que se lo anotó nada más ni nada menos que a quien era en aquel momento histórico el mejor arquero del mundo.

Luego si lo que quiere el pueblo de Bucaramanga es perpetuar la memoria de alguien que, a su juicio, lo merece, no puede el Estado terminar frustrando ese anhelo popular legítimo y, además, noble.

Por ello, los bumangueses, y en general los santandereanos vinculados de alguna manera al fútbol, deberían empezar a designar su estadio con el nombre del connotado deportista y, de esa manera, así el viejo nombre oficial del escenario deportivo siga siendo el de Alfonso López, se empezará a difundir el nuevo nombre popular, esto es, el de “estadio Hermánn Cuca Aceros”.

Dicho sea de paso, deben ponerse de acuerdo en la manera correcta de escribir el nombre del homenajeado, pues lo he visto escrito “German”, “Germán”, “Hernán”, “Herman”, “Hermán”, “Hermann” y “Hermánn”, de suerte que yo tampoco estoy seguro ya de si lo estoy escribiendo bien. Y en cuanto al sobrenombre (que, dicho sea de paso, lo tenía el deportista desde que era niño y tuvo su origen en que era vendedor callejero de las famosas galletas típicas de la región denominadas “cucas”), hay que ponerse de acuerdo en si queda “el Cuca” o simplemente “Cuca”.

Estos, por supuesto, son detalles nimios. Lo importante es que las nuevas generaciones de bumangueses y de santandereanos comiencen a tener referentes verdaderamente dignos de representar al hombre nativo de Bucaramanga, o de Santander, y no se sigan perpetuando en la memoria colectiva modelos que, antes por el contrario, deberían ser relegados a los rincones polvorientos del olvido.

Rincones a donde ¡vaya paradoja! están siendo relegados los mejores exponentes de esta tierra.

 

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