LAS MUJERES EN LA FILOSOFÍA. Capítulo X: SIMONE DE BEAUVOIR [Pronúnciese: “Simón de Bovuá”). Por Óscar Humberto Gómez Gómez, Miembro de la Academia de Historia de Santander y del Colegio Nacional de Periodistas Seccional Santander.

 

Y hemos llegado a la más controvertida filósofa de los últimos tiempos. Y quizás a la más controvertida de todos los tiempos. Su nombre completo es Simone-Lucie-Ernestine-Marie Bertrand de Beauvoir, pero ella opta por prescindir del apellido paterno e identificarse con el materno: Simone de Beauvoir.

 

Ha nacido Simone de Beauvoir en París, la capital de Francia, en 1908, cuando el siglo XX apenas despunta y el más acentuado machismo rige todas las actividades sociales en el mundo. La negación de la mujer a lo largo y ancho del orbe es absoluta. Jurídicamente, la mujer es percibida como un ser incapaz. Aún se añora en el mundo occidental la vieja norma romana según la cual la mujer casada ocupa el lugar de un hijo (locus filiae) y, por lo tanto, el marido (al igual que el antiguo pater familias) ejerce sobre ella la patria potestad. No solo se añoran, sino que siguen vigentes en muchas partes los tiempos en que la educación es exclusiva de los varones. Los códigos civiles de lo que llaman el mundo civilizado —entre ellos el de Colombia—, derivados del Código Napoleónico, contemplan que la mujer sigue el domicilio del marido y que es este el único que ejerce la representación legal de sus hijos menores. La mujer no tiene derecho al voto y no puede siquiera acercarse a la zona demarcada como área destinada a los comicios. Si sale de su casa el día de elecciones, deberá bordear la plaza donde se encuentran ubicadas las mesas de votación, pues son los varones exclusivamente quienes deciden la suerte de su nación. Y la suerte de ella, por supuesto. Así que por allá, donde los varones contrarios gritan vivas y abajos en sus respectivas lenguas, le está vedado a la mujer asomarse. En los hogares, el hombre es el único que trabaja, que gana, que tiene y que provee. El trabajo doméstico, que es el único que la mujer desempeña día tras día, no es remunerado y nadie lo considera realmente un trabajo. La dependencia económica de la mujer respecto de su marido la convierte en su dependiente en todo. El hombre, que entiende que si ella come, come gracias él; y que si se viste, se viste gracias a él; y, en fin, que si vive, vive gracias a él, entiende que es dueño de ella, de su vida, de sus ideas, de sus sentimientos y hasta de sus gustos. La más burda violencia reina dentro de los hogares. Los maridos golpean a sus esposas sin misericordia. Y en cuanto a la fidelidad, se cae de su peso que eso solo rige para la mujer, no para el hombre. Lo normal es que el varón casado someta sexualmente a sus sirvientas y hasta las embarace. Sus esposas deberán guardar silencio. La Iglesia les enseña la resignación cristiana. De hecho, no hay religión alguna que predique algo a favor de la mujer. La casa del hombre es el mundo; el mundo de la mujer es la casa. Aunque algunos varones prominentes ya han dejado sugeridos los primeros atisbos de lo que será la lucha por la liberación femenina —como Miguel de Cervantes Saavedra en el Quijote a través de la inmortal defensa que hace de sí misma la pastora Marcela ante quienes se alistan para apedrearla—, la dominación masculina es absoluta y no deja resquicio alguno a la posibilidad de que desaparezca o que, al menos, disminuya en intensidad. Este es el contexto sociocultural dentro del cual debe ubicarse el estallido, en 1949, de la bomba bibliográfica que emergerá de la pluma de Simone de Beauvoir y que sacudirá los cimientos de la sociedad francesa y del planeta.  El libro se llama El segundo sexo y en él la filósofa aseverará —con un radicalismo que, a nuestro juicio, bien pudo atemperar y hubiese soltado una máxima incontrovertible— que no se nace mujer, sino que la mujer se hace, vale decir que es un producto cultural, pues es la sociedad la que prepara a las personas de ese sexo para que asuman el rol de lo femenino y de esa manera la misma sociedad perpetúa la dominación masculina.

 

 

Contrariamente a lo que podría creerse, sin embargo, Simone de Beauvoir no procede de algún núcleo familiar marginado, ni a ella la ha afectado su condición de mujer como para que destile resentimiento contra el sexo masculino. Simone de Beauvoir, en efecto, ha nacido en el seno de una familia burguesa y nada, absolutamente nada, le ha faltado en su infancia, ni en su vida. Su condición de mujer, en lo personal, no le ha implicado dolores, ni adversidades de ninguna índole. Ha  sido, más bien, una brillante alumna de Filosofía de la prestigiosa Universidad de la Sorbona.

 

 

Empero, sucederá sí un hecho que le marcará para siempre la existencia y le significará el llegar a ocupar un sitial de honor en el mundo intelectual de Francia y del orbe —además, por supuesto— de su brillante inteligencia y su férreo carácter—: ha conocido en 1929 a un filósofo francés de nombre Jean Paul Sartre.

 

 

Este hombre, que en la turbulenta década de los años 60 se dará el lujo de rechazar el Premio Nobel, se convertirá en su compañero durante el resto de su vida, en desarrollo de una unión sin matrimonio, sin hijos y con unas peculiaridades en torno a la fidelidad que escandalizarán a Francia.

 

 

Se gradúa Simone de Beauvoir en Filosofía y hasta 1943 se dedica a la docencia en los liceos de Marsella, Ruan y París. Ese año abandonará la cátedra y publicará su primera obra, la novela La invitada. Al año siguiente publicará La sangre de los otros —también novela— y además dará a la luz el ensayo Pyrrhus y Cineas.

La destacada y controversial pensadora participará con sorprendente fuerza en los debates ideológicos de la época atacando sin contemplaciones a la derecha francesa. A raíz de esto la clasificarán como comunista. Empero, ella se distanciará también de las ideas comunistas y eso disgustará a los izquierdistas recalcitrantes, aquellos dogmáticos intransigentes que no aceptan apartamientos de la ortodoxia y a quienes se atreven a hacerlo los descalifican con desprecio como revisionistas.

En 1945, Simone de Beauvoir será cofundadora de una revista. Se llamará Tiempos modernos. Los otros cofundadores serán Albert Camus y Jean Paul Sartre. Al año siguiente publicará otra novela, Todos los hombres son mortales, y en los dos siguientes hará lo propio con sus ensayos Para una moral de la ambigüedad (1947) y América al día (1948).

Es entonces cuando, al año siguiente, soltará la bomba que estremecerá al mundo, su ya mencionado libro El segundo sexo. A partir de ahí ya nada para ella volverá a ser lo mismo. Porque a Simone de Beauvoir se le admirará con pasión o se le detestará con acritud, pero con respecto a ella no cabrá dentro del escenario intelectual la indiferencia.

 

 

En 1954, la ya afamada escritora publicará Los mandarines. Será su novela más importante.

En 1966 participará en el Tribunal Internacional sobre Crímenes de Guerra, al cual se le conocerá más como el Tribunal Russell,  pues su creador es el filósofo y matemático británico, Premio Nobel de Literatura, Bertrand Rusell.

De su pluma emergerán, entre otras obras, los libros Memorias de una joven formal (1958), La plenitud de la vida (1960), La fuerza de las cosas (1963), Una muerte muy dulce (1964), La vejez (1968), Final de cuentas (1972) y La ceremonia del adiós (1981).

Su pensamiento siempre generará respaldo o repulsa, desde su concepción del aborto como un derecho de la mujer hasta su oposición a la presencia de Francia en Argelia y su apoyo a la independencia de ese país africano.

He aquí una síntesis del mismo:

“La naturaleza del hombre es malvada. Su bondad es cultura adquirida”.

“La verdad es una y el error, múltiple”.

“Lo más escandaloso que tiene el escándalo es que uno se acostumbra”.

“No se nace sino que se deviene mujer”.

“El secreto de la felicidad en el amor consiste menos en ser ciego que en cerrar los ojos cuando hace falta”.

“Es lícito violar una cultura, pero a condición de hacerle un hijo”.

“El problema de la mujer siempre ha sido un problema de hombres”.

“No se nace mujer: llega una a serlo. Ningún destino biológico, físico o económico define la figura que reviste en el seno de la sociedad la hembra humana; la civilización en conjunto es quien elabora ese producto intermedio entre el macho y el castrado al que se califica como femenino”.

“La familia es un nido de perversiones”.

“El día que una mujer pueda no amar con su debilidad sino con su fuerza, no escapar de sí misma sino encontrarse, no humillarse sino afirmarse, ese día el amor será para ella, como para el hombre, fuente de vida y no un peligro mortal”.

“Mediante el trabajo ha sido como la mujer ha podido franquear la distancia que la separa del hombre. El trabajo es lo único que puede garantizarle una libertad completa”.

“Sólo después de que las mujeres empiezan a sentirse en esta tierra como en su casa, se ve aparecer una Rosa Luxemburgo, una Madame Curie. Ellas demuestran deslumbrantemente que no es la inferioridad de las mujeres lo que ha determinado su insignificancia”.

“En sí, la homosexualidad está tan limitada como la heterosexualidad: lo ideal sería ser capaz de amar a una mujer o a un hombre, a cualquier ser humano, sin sentir miedo, inhibición u obligación”.

“El hecho de que exista una minoría privilegiada no compensa ni excusa la situación de discriminación en la que vive el resto de sus compañeros”.

“No nos engañemos: el poder no tolera más que las informaciones que le son útiles. Niega el derecho de información a los periódicos que revelan las miserias y las rebeliones”.

“Las arrugas de la piel son ese algo indescriptible que procede del alma”.

“Las personas felices no tienen historia”.

“Encanto es lo que tienen algunos hasta que empiezan a creérselo”.

“¿Qué es un adulto? Un niño inflado por la edad”.

“El hombre es hombre solo por su negación a permanecer pasivo, por el impulso que lo proyecta desde el presente hacia el futuro y lo dirige hacia cosas con el propósito de dominarlas y darles forma. Para el hombre, existir significa remodelar la existencia. Vivir es la voluntad de vivir”.

“El esclavo que obedece escoge obedecer”.

“La tierra no hubiera sido habitable si no hubiese tenido a nadie a quien admirar”.

“Escribir es un oficio que se aprende escribiendo”.

“No hay muerte natural: nada de lo que sucede al hombre es natural puesto que su sola presencia pone en cuestión al mundo. La muerte es un accidente, y aun si los hombres la conocen y la aceptan, es una violencia indebida”.

“El hombre no es ni una piedra ni una planta, y no puede justificarse a sí mismo por su mera presencia en el mundo”.

“La belleza es aun más difícil de explicar que la felicidad”.

“La incultura es una situación que encierra al hombre tan herméticamente como una cárcel”.

“Besé sus ojos, sus labios, mi boca bajó a lo largo de su pecho y rozó el ombligo infantil, el bello animal, el sexo, donde su corazón latía a golpecitos; su olor, su calor me emborrachaban y sentí que mi vida me abandonaba, mi vieja vida con sus preocupaciones, sus fatigas, sus recuerdos gastados”.”

 

 

El 14 de abril de 1986, en el mismo París que la vio nacer, Simone de Beauvoir —ya para entonces una mujer solitaria, pues Jean Paul Sartre había desaparecido años atrás y de ahí su último libro—, muere.

El existencialismo es una escuela filosófica que parte del principio de que la existencia del hombre es prioritaria a cualquier consideración sobre su esencia. Su objeto es describir la propia existencia interrogante.  Son temas recurrentes en los filósofos existencialistas la angustia —denominada por eso angustia existencial—, la libertad, la soledad y la muerte.

Simone de Beauvoir perteneció a esa escuela, a la escuela filosófica de los existencialistas, la cual, luego de sus orígenes en Soren Kierkegaard, tuvo —a la postre— dos líneas prominentes: la creyente, liderada por Gabriel Marcel, y la atea, liderada por Jean Paul Sartre.

Y por ella, desde luego.

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[FOTOGRAFÍAS: Todas las fotografías son de Simone de Beauvoir en diferentes etapas de  su vida. En la antepenúltima aparece con Jean Paul Sartre].

 

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[CONTINUARÁ]

 

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