Entre bisturíes, gimnasios, dietas y remedios milagrosos. Por Óscar Humberto Gómez Gómez.

ÓSCAR.-EDITORIAL.2María Alejandra se llamaba una chica hermosa del Huila a la que otros, desde luego en pos de su dinero, convencieron de que no tenía una belleza suficiente porque le hacía falta una pequeña liposucción para quedar perfecta.

Hoy, cuando ya se cumplió su desgarrador funeral y su familia atónita y desconcertada todavía no cae en la cuenta de que ya no está, los autores de su muerte están otra vez en la calle. Como viene sucediendo desde hace años, el juzgado le ha metido una vaciada a la Fiscalía porque no logró probar que eran un peligro para la sociedad y ha ordenado que todos se vayan a su casa luego de que su víctima se fue para el cementerio.

Total, así los hubiesen encarcelado en San Quintín o los hubiesen ejecutado en la horca, ya con eso María Alejandra no volverá a estar con sus seres queridos.

Esa mañana salió de su casa en forma subrepticia, sin despertar a nadie, sin despedirse de nadie, sin que nadie la acompañara hacia la clínica estética. María Alejandra pensaba que no era sino ir, hacerse perfecta y regresar a casa exhibiendo su nueva perfección.

Como esta preciosa joven huilense, los casos de jóvenes que se van a buscar lo que no se les ha perdido en centros clínicos que se enriquecen con la vanidad ajena se cuentan por montones. La muy respetable especialidad de la Medicina Estética y Reconstructiva ha sido desviada hacia finalidades cada vez más triviales y de ella se han apoderado quienes pueden del dinero hacer derroche para darle rienda suelta a su estupidez. Consiguientemente, se ha desatado un bombardeo publicitario sin antecedentes en la historia con miras a desatar dentro de nuestra juventud —y, en general, en la sociedad— una ola cada vez más gigantesca de inconformidad con lo que se es; la superficialidad —la más extravagante y ridícula banalidad— se apoderó de todos y ya nadie se siente bien con nada.

El primer paso hacia el fracaso en la vida es, precisamente, ese: no sentirse uno bien con uno mismo. De ahí para adelante, el resto del camino al precipicio vendrá por añadidura.

Pero este turbión enfermizo no solo se ha desatado en el mundillo de la anestesia y los bisturíes con los que los tontos siguen creyendo que a la gente la hacen ver más joven de lo que es (¡cómo se nota que no han visto a un operado de estos tratando en vano de esbozar su antigua jovial sonrisa!). También están los gimnasios, las dietas y los remedios que te hacen el milagro. (milagro no sé de qué, pero al fin y al cabo milagro).

Y es que ya no se trata del ejercicio físico y del deporte, que, por elementales razones, todos debemos practicar para sentirnos alegres, plenos, confiados, saludables. No. Es el ejercicio obsesivo y competitivo —porque todo se volvió obsesión y competencia— que te permitirá lucir como…, o como…, o como… Es, en otras palabras, un ejercicio patológico que a su practicante lo distanciará cada vez más de su propia identidad y terminará por convertirlo en un mero referente de alguien a quien hará lo que sea por imitar.

Ni se trata tampoco de las dietas que bajo prescripción médica deben consumir las personas enfermas —lo cual sobra decir que es totalmente respetable—, sino las que arbitrariamente indican algunos personajes (cuya capacitación académica y científica no se ve por ninguna parte) que pontifican acerca de que ya no debes seguir comiendo pescado, ni pollo, ni carne, ni huevos (para así obtener sus proteínas); ni guanábana, ni papaya, ni piña, ni naranjas, ni sandía, ni mandarinas, ni uvas, ni banano, ni melón, ni fresas, ni moras, ni guayabas, ni fruta alguna, ni verduras de ninguna índole (para así obtener sus vitaminas); ni arroz, ni pan, ni pastas, ni papa, ni yuca, ni apio, ni postres, ni helados, ni nada que se le parezca (para así obtener sus carbohidratos); ni salvado, ni fuente alguna de fibra, ni, desde luego, agua (para así mejorar la digestión); porque ahora lo que debes consumir son los mágicos productos que ellos, —¡solo ellos, por supuesto!— están en posibilidad de venderte, y sin los cuales estarás condenado a ser eso que ahora la estulticia colectiva llama “un perdedor”.

Claro: toda la magia de la Naturaleza, todo el esplendor de la Creación, toda la obra de Dios, nada significan al lado de los portentosos productos inventados por estos genios.

Genios a quienes la Academia Sueca, por lo visto, está en mora de otorgarles el Premio Nobel de Medicina.

¡Gracias por compartirla!
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1 respuesta a Entre bisturíes, gimnasios, dietas y remedios milagrosos. Por Óscar Humberto Gómez Gómez.

  1. José Manuel García Rodríguez dijo:

    Excelente nota Dr. Óscar Humberto; precisamente Jorge Bucay en su libro Hojas de Ruta nos habla de que el primer paso es el AUTOCONOCIMIENTO, y creo que en eso fallamos muchísimo todos los seres humanos; “Nada cambia si TÚ no cambias”; el buscar afuera y no dentro de nosotros es la constante de esta sociedad actual; por eso sólo cuando nos respondamos este interrogante de “para qué vivo YO”, no de qué vivo, no cómo vivo, no de quién vivo, el hombre encontrará un verdadero sentido a su existencia.

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