En defensa de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y demás instrumentos del Derecho Internacional.

A los poderosos no les gusta que se les controle, ni que se les critique, mucho menos que se les impartan órdenes, instrucciones o recomendaciones de ninguna índole. Sí que menos, les agrada que se les condene.
Los poderosos entienden que el único límite que tienen es el límite que les dé el propio alcance de su poder.
Por eso, no ha sido fácil implementar en el mundo el Derecho Internacional. Cada Estado poderoso siente que nadie está por encima de él y ninguno accede, de buena gana, a someterse al control de la llamada “comunidad internacional”.
Y como el mal ejemplo cunde, los Estados no tan poderosos terminan, tarde o temprano, siguiendo las enseñanzas de los que sí lo son y a imitar sus prácticas.
Prácticas como el desacato a las decisiones de los organismos internacionales, que todos pactaron respetar.
Pretextos para justificar esa desobediencia, desde luego, no faltan. Y los pretextos terminan siendo hasta contradictorios.
No deja de llamar la atención, por ejemplo, el hecho de que la izquierda venezolana acuse a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de la Organización de Estados Americanos (OEA) de ser un instrumento al servicio de la derecha y de los Estados Unidos, cuando esa comisión profiere medidas cautelares a favor, pongamos por caso, del líder de la oposición Leopoldo López, pero que, simultáneamente, la derecha colombiana descalifique a esa misma CIDH señalándola de estar al servicio de la izquierda, cuando adopta decisiones en contra del Estado colombiano, como ha sucedido frente a diversas situaciones. Especialmente ilustrativas fueron las frases descomedidas lanzadas contra ella por el hoy extinto presidente venezolano Hugo Chávez para quien las decisiones de la CIDH valían menos que un corte de pelo. En idéntico sentido, el pronunciamiento contra la CIDH por parte del presidente de Ecuador Rafael Correa a propósito de las medidas ordenadas por la Comisión a favor de la libertad de expresión de la prensa ecuatoriana. En Colombia, por el contrario, bajo el gobierno de Uribe, los pronunciamientos llegaron al extremo de plantear el retiro de Colombia de la CIDH y hasta del mismo sistema interamericano. Las voces contra la CIDH arreciaron bajo el gobierno de Santos a causa de su reciente pronunciamiento en el caso del destituido alcalde de Bogotá.
No compartimos esas opiniones desapacibles que propugnan por el retiro de Colombia del sistema interamericano. Y es que no nos podemos llamar a engaño: aquí en Colombia, es cierto, existen unas instituciones y, en teoría, todas las personas gozan de vías legales para la protección de sus derechos. Empero, en la práctica, no son pocas las ocasiones en que los instrumentos jurídicos e institucionales internos no funcionan y a la gente no le queda sino el recurso de acudir a las instancias internacionales, las que, de ser cerradas, la dejarían sin acceso a la justicia.
Numerosos casos concretos, que estaremos publicando en este portal, muestran de bulto cómo es de peligroso jugar a la desaparición de las herramientas del Derecho Internacional y cómo, por el contrario, debemos luchar todos por su fortalecimiento, como la única luz de esperanza que queda cuando dentro de la institucionalidad del país, las puertas han quedado cerradas.
Que se abuse de esos instrumentos, es inevitable. También lo ha sido que se abuse de las demás conquistas de la civilización en el mundo jurídico. Se ha abusado, y se sigue abusando del Habeas Corpus y de la presunción de inocencia, por ejemplo. Pero eso no quiere decir que, entonces, deban desaparecer esas conquistas protectoras del derecho fundamental a la libertad.
Tenemos que luchar, además, porque los instrumentos del Derecho Internacional no estén al servicio exclusivo de una filosofía política, ni de determinados grupos, sino de todos.

EMBLEMA DE LAS NACIONES UNIDAS. LA ONU REEMPLAZÓ A LA LIGA DE LAS NACIONES, QUE INTERVINO PARA DECIDIR LA GUERRA ENTRE COLOMBIA Y PERÚ.

De lo que se trata es de que el solo hecho de pertenecer a la gran familia humana, como resalta la Declaración Universal de los Derechos Humanos, sirva como carta de presentación más que suficiente para que las entidades internacionales se interesen en el caso que alguien ponga a su consideración y, de ser justa la reclamación, la atienda con la mayor celeridad posible.
Por lo demás, yerran quienes ven oposición entre la Constitución y los instrumentos del Derecho Internacional para cuestionar el que estos pretendan estar por encima de nuestra institucionalidad interna. Los instrumentos del Derecho Internacional están incorporados, de manera expresa, como parte integrante de nuestra Constitución, más concretamente de eso que ahora llaman el “Bloque de Constitucionalidad”, al igual que la Jurisprudencia Constitucional emanada de la Corte Constitucional, aspecto este último que, igualmente, algunos —dentro de la propia institucionalidad e, incluso, dentro del propio Poder Judicial del Estado— pretenden desconocer.

HUGO GROCIO, JURISTA, POETA, HISTORIADOR, ESCRITOR, DIPLOMÁTICO Y HUMANISTA HOLANDÉS, PADRE DEL DERECHO INTERNACIONAL.

Estamos irrestrictamente de parte del Derecho Internacional, otro valioso instrumento al servicio del ser humano en defensa de sus derechos frente al inmenso y avasallador poderío del Estado.

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