Rejas en Bucaramanga y exclusión en el mundo. Por Óscar Humberto Gómez Gómez.

EL PARQUE DEL CENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA, TAL Y COMO QUEDARÍA ENCERRÁNDOLO CON REJAS, SEGÚN UN PROYECTO DE LA ALCALDÍA DE BUCARAMANGA QUE COSTARÍA 400 MILLONES DE PESOS.Fotografía tomada del diario Vanguardia Liberal.

David Alberto Arias

Presidente Regional de la Sociedad Colombiana de Arquitectos

¿Se justifica que por razones de seguridad se tenga que encerrar el parque Centenario?

Yo creo que en este momento lo que necesitamos es inclusión. La arquitectura debe ser incluyente y cerrar un espacio público así sea con reja estilo republicano es excluirlo de actividades y de la vocación para el cual fue hecho, que es que todos podamos compartir.

¿De qué otra manera se evitaría que ese parque sea tomado por indigentes, drogadictos y prostitutas?

Lo que hay que cuestionar es si el concepto que tenemos de seguridad es la Policía o el cerramiento. Hay muchas maneras de brindar seguridad y una es en la medida en que la gente se apropie del espacio público y de que la Policía cumpla con su misión constitucional.

¿Al encerrar el parque se está violando el principio de equidad y de inclusión social?

Toda reja es una barrera arquitectónica. Lo seguimos diciendo: lo que se debe buscar es la inclusión. Queremos y necesitamos espacios más democráticos y poner rejas a los parques es el primer paso para que pierdan su vocación de público.

El parque solo estaría cerrado en la noche; bajo ese criterio, ¿se pueden aceptar las rejas?

Nos preocupa es que una solución temporal se vuelva permanente. El problema no es cómo empieza, sino cómo termina; podría terminar privatizado como el de las Mejoras Públicas”.

[Entrevista publicada hoy por Vanguardia.com].

BUCARAMANGA PUDO SER UNA CIUDAD DE ESTANQUES, QUEBRADAS Y PUENTES. LOS BUMANGUESES OLVIDAN QUE BUCARAMANGA TIENE HASTA RÍO: EL SURATÁ. INFORTUNADAMENTE, CON EL DESARROLLO, TERMINÓ CONVERTIDA EN UNA CIUDAD DE CONCRETO Y REJAS. AHORA QUIEREN TAMBIÉN PONERLES MUROS Y REJAS A LOS PARQUES PÚBLICOS./ Fotografía de Bucaramanga antigua.

El presidente de la Sociedad Colombiana de Arquitectos doctor David Alberto Arias Mantilla no lo pudo decir más claro y breve: en esta sociedad sobrecargada de odios, resentimientos, envidia y violencia lo que hace falta no es perpetuar y agudizar más la larguísima historia de la exclusión social, sino —todo lo contrario— comenzar la profunda transformación de Bucaramanga en una ciudad incluyente y en la cual quepamos todos los bumangueses.

Sí: todos; incluidos —así se sorprendan los mojigatos— los indigentes, los consumidores de droga, las prostitutas y los gamines, por los que tanto se preocupa ahora la Alcaldía Municipal, pues teme que le dañen la obra de remodelación del parque del Centenario de la Independencia, el parque al que todos llaman, simplemente, “el Centenario”, y del que nadie sabe siquiera por qué se llama así, ni le importa.

Sí, señor alcalde: compartimos con usted la preocupación porque el parque del Centenario no termine convertido en un muladar. Pero es que a ustedes, los políticos, no los eligen, señor alcalde, —accediendo a su expresa, pública, encarecida, insistente y ensordecedora solicitud para que los elijan— solamente con el fin de que le caigan al presupuesto y se inventen obras en cuyo proyecto y ejecución corran a raudales los dineros del erario, sino para que solucionen los grandes problemas sociales que nos agobian.

O sea, que a ustedes, los políticos, señor alcalde, los eligen para que, ya que tanta imaginación dicen tener, ya que tanto conocimiento dicen poseer de la ciencia política, ya que son tan altruistas, tan conscientes de nuestras miserias y tantísimo interés les asiste en construir una sociedad mejor, gracias a todo lo cual invierten —y hacen que otros inviertan en favor de sus campañas— astronómicas sumas de dinero, todo con tal de llegar a esos apetecidos cargos, se inventen soluciones para que no haya indigentes, ni consumidores de droga, ni prostitutas, ni gamines, ni rateros, pues de esa forma ninguno de esos indeseables irá a mearse en los parques, ni a dormir en sus bancas o en sus zonas verdes, ni a amenazar a nadie con un cuchillo para robarle la cartera.

Ese es, justamente, señor alcalde, el colosal reto al que está enfrentada la política desde que existe. La política no es para ignorar los problemas, o —como decimos aquí, en Santander, para hacerse los pingos— sacando a esos subproductos de la sociedad más allá de una reja, hasta la parte exterior de un parque público, para que, entonces, se vayan a consumir pegante, o a dormir, o a orinarse a otros lugares, también públicos, como, pongamos por caso, las zonas verdes de los barrios residenciales o los despedazados andenes de nuestras despedazadas calles.

¿O es que, después de que ya no puedan dormir dentro del parque del Centenario, ni tampoco junto a la reja que va a rodearlo (gracias a la burocrática imaginación a la que se le ocurrió encerrarlo), también van a encerrar los demás parques de “La ciudad de los parques”, y van a encerrar las zonas verdes de los barrios residenciales, y van a encerrar las calles, y las carreras, y los bulevares, y las glorietas, hasta que Bucaramanga pase a llamarse, por ejemplo, “La cárcel más cordial de Colombia”? ¿Van a encerrar a toda Bucaramanga, ante la evidencia de que esos excluidos de siempre se irán a buscar algún lugar público donde dormir?

Claro que eso de excluir a los demás no es de ahora. La exclusión de unos por otros está ligada a la historia misma de Bucaramanga, y de América, y del mundo.

En efecto, mucho antes de que Andrés Páez de Sotomayor y Miguel de Trujillo fundaran a Bucaramanga —según la versión oficial— en 1622, ya se había consolidado (hacia 1570) el primer antecedente problacional, el de “los aposentos” y “las rancherías” del capitán Ortún Velasco: en los aposentos vivían los españoles, en las rancherías los indios. España no permitía que vivieran juntos.

Más tarde, en 1779 —cuando según la nueva corriente de los historiadores— realmente se fundó Bucaramanga, ya como pueblo español, lo que vino a descubrir el visitador Francisco Antonio Moreno y Escandón fue que, a pesar de ser jurídicamente un pueblo de indios, Bucaramanga era, en realidad, un lugar donde vivían numerosas familias españolas de Girón y, en cambio, las escasas familias indias que aún existían estaban —como es fácil imaginarlo— relegadas a “barrancos y zanjones“.

Tan evidente invasión de un pueblo de indios por parte de los españoles de Girón, tan evidente exclusión de los indios por parte de los españoles, tenía que ser, claro está, solucionada de inmediato. Y sí: la solucionaron de inmediato. Así que, como la ley española no permitía que españoles e indios vivieran juntos, ni siquiera estos en “barrancos y zanjones” y aquellos en el casco urbano del “pueblo de indios”, el visitador solucionó salomónicamente el problema disponiendo que los indios fueran expulsados de Bucaramanga y conducidos a Guane, como, en efecto, se hizo.

Dos años después de aquella transformación del pueblo de indios de Bucaramanga en la Parroquia de Nuestra Señora de Chiquinquirá y San Laureano, o sea, dos años después de la fundación de Bucaramanga como pueblo español —con la arbitraria exclusión de los indios— estalló la Revolución de los Comuneros (1781). Lean las Capitulaciones: los comuneros se quejaban de la exclusión.

Exclusión, pues, en la Bucaramanga colonial. Y exclusión después, en plena República. En 1879, por ejemplo, estalló la revuelta de “La Culebra Pico de Oro”. Los polvoreros, los cigarreros, los plateros, los zapateros, los carpinteros, los albañiles, los agricultores, los sombrereros, los sastres, los pequeños comerciantes, los peseros, los artesanos, los costureros, los caleteros, los jornaleros, los tejedores, los quincalleros, los talabarteros, los aguateros, los herreros y, en fin, el excluido populacho de Bucaramanga, se rebeló contra quienes, en su sentir, los mantenían excluidos: los extranjeros y los del Comercio. Más tarde, en 1899, estalló la Guerra de los Mil Días. Los liberales alegaron siempre que fueron a la guerra debido a la exclusión de la que eran víctimas.

Pero también, exclusión en América. En Norteamérica, por ejemplo, hombres que dijeron luchar por la libertad, en aras de conquistarla se entregaron de lleno a la Guerra de Independencia hasta que, luego del estallido de la pólvora, del fuego de las armas, del sacrificio de la vida, de la sangre corriendo a raudales, obtuvieron, por fin, su independencia de Inglaterra. Así nacieron los Estados Unidos de América. Empero, más se demoró ese país en consolidar la democracia, que en anidarse en aquellos nuevos territorios libres la exclusión: sí, la de los negros.

Fue así que el negro empezó a ser perseguido sin clemencia, solo por ser negro. El niño negro, sacado a patadas de las escuelas públicas o de los autobuses públicos, no entendía por qué lo trataban de esa forma, si no había hecho nada para merecerlo. Por supuesto, él no podía entenderlo: el odio racista y social lo llevaban los blancos en la sangre.

Y en nombre de la exclusión, entonces, el Ku Klux Klan persiguió, capturó, torturó y ahorcó a numerosos negros que nada habían hecho.

Hasta que en la década de los años 60, en memorable manifestación celebrada ante la estatua de Abraham Lincoln —de aquel gran líder norteamericano que había luchado y muerto, precisamente, porque no se perpetuara en su país la exclusión de los esclavos del mundo libre—, otro gran líder norteamericano, el líder negro Martin Luther King, dijo: “Yo tengo un sueño”. Pero su sueño no era el de que, entonces, después de tanta exclusión, los negros se vengaran y excluyeran a los blancos. Su sueño era el de que todos los estadounidenses, todos los norteamericanos, blancos y negros, vivieran juntos, sin exclusiones. No era más su sueño. Era tan solo un sueño de inmenso amor entre los seres humanos. El mismo sueño de inmenso amor de aquel otro gran líder, de Jesús de Nazareth, quien había predicado: “Amaos los unos a los otros”, es decir, había enseñado que todos deberíamos amarnos sin exclusiones. En respuesta, Roma lo había matado, después de un remedo de juicio político. También a Martin Luther King su sueño le costó la vida: en Memphis lo asesinaron. Lo mataron los de siempre: los que no son capaces de aceptar la inclusión y quieren que seamos excluyentes por siempre.

Y en Sudáfrica, también se institucionalizó la exclusión, y los blancos —que eran una exigua minoría— excluyeron a los negros, que eran la inmensa mayoría. Hasta que Nelson Mandela, después de más de un cuarto de siglo de cárcel, de persecución, de silenciamiento, en fin, de exclusión, llegó a ser el presidente. Hoy ya no hay exclusión en Sudáfrica. Eso dicen.

Y si repasamos la historia del mundo, no ha habido sino exclusión. Exclusión contra todos y por parte de todos: exclusión contra los nativos maoríes en Australia, y exclusión contra los árabes en España, y exclusión contra las mujeres en Arabia, y exclusión contra los indios guajiros en La Guajira, y exclusión contra los adventistas bumangueses en Bucaramanga, y exclusión contra las cartageneras negras en Cartagena, y exclusión contra los extranjeros en Europa, y exclusión contra los judíos en la Alemania Nazi, y exclusión contra los palestinos en Israel, y exclusión contra los esclavos en la Antigua Roma, y exclusión contra los críticos de la Inquisición en Italia —a Giordano Bruno lo excluyeron del todo quemándolo vivo en la hoguera en 1600—, y exclusión contra los musulmanes en los países cristianos, y exclusión contra los cristianos en los países musulmanes, y exclusión contra los gitanos en todas partes, y exclusión en Girón / Santander contra quienes no apoyen a “Vasito de Agua” Quintero, y exclusión en toda Colombia contra quienes no lancen “vivas” a la reelección de Juan Manuel Santos: en fin, exclusión aquí, exclusión allá, y exclusión más allá; exclusión, siempre exclusión.

El ser humano, que siempre se ha creído superior a los demás, todo lo remedia excluyendo a todo aquel que le resulta molesto. Recientemente, salió a relucir que en una iglesia cristiana se excluía a los cojos, a los mutilados y a los ciegos. Ninguno de ellos podía predicar el Evangelio.

Jesús, pues, incluyó a los humildes, a los pecadores, a los ignorantes, a los romanos, a los paganos, a todos. Sus seguidores —o los que dicen serlo—se han ido encargando de excluirlos.

¡Gracias por compartirla!
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5 respuestas a Rejas en Bucaramanga y exclusión en el mundo. Por Óscar Humberto Gómez Gómez.

  1. PUES ES MUY CIERTO TODO LO EXPUESTO POR EL DOCTOR GOMEZ GOMEZ; LO QUE HACE FALTA ES SENTIDO DE PERTENENCIA DE LA COMUNIDAD Y MUCHA SEGURIDAD.

  2. Heliodoro Cáceres Barrera dijo:

    Dr. Oscar Humberto. No siempre estoy haciendo comentarios. Pero, sea el momento de expresar mis sentimiento de gratitud frente a la riqueza de todos sus aportes a la formación de una conciencia clara y crítica… ahora podemos decir, por procesos pedagógicos, de una cultura INCLUYENTE. Buena lección. Hay “gentes” en nuestro país conscientes de lo que son y como perros rabiosos se sienten mal si no viven entre rejas. Parece que tuvieran temor de que, de pronto, el pueblo se diera cuenta de lo que “se están tragando”.

  3. Sergio Rangel Consuegra dijo:

    Oscar Humberto. Los procesos excluyentes de nada sirven, aumentan los problemas. Ud. mismo se ha dado cuenta que el pequeño parque adyacente a la Casa de Bolívar hoy cerrado con rejas, es el refugio de indigentes y malandrines que duermen allí, sin que las autoridades puedan sacarlos pues están protegidos por las rejas. La fórmula debe ser otra. Educacion, vigilancia permanente, e inclusión de la ciudadanía en el destino del parque.

  4. Como ciudadanos interesados en Bucaramanga no podemos permitir que sucedan cosas como esta. Ya había dicho alguna vez que el mejor negocio en nuestra ciudad era el de ornamentador porque no hay casa sin rejas por donde se camine y ahora en los parques públicos sería el colmo. Estamos obligados a actuar, es nuestro deber hacerlo. Estudiemos de qué forma podemos impedir que lleguemos a ese extremo. Le propongo que nos reunamos y pensemos cómo hacerlo. Si alguien más desea participar es bienvenido.

  5. MARIA RUTH DIAZ ENCISO dijo:

    Raíz profunda y muy gruesa, latente aún todavía mientras la inconsciencia exista.
    Hasta…cuándo? Bendecido, Dr Oscar Hbto. Muy valiosa su preocupación e inquietud.

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