Los Mutis (III). El poeta (II). Por Óscar Humberto Gómez Gómez.

NOTA DEL PORTAL: José Celestino Mutis Bosio y Manuel Mutis Bosio se vienen de España, inicialmente el primero, como médico del virrey, y luego el segundo, convencido por aquel, y se establecen en territorio santandereano. Ambos ejercen la minería en lo que hoy es Soto Norte, al norte de Bucaramanga.  José Celestino no deja descendientes, pues su condición sacerdotal lo obliga al celibato. Manuel, en cambio, se constituye en el tronco común de los Mutis. Del hogar formado por Elena Mutis Villafrade y Pedro Martínez Ordóñez nace Aurelio Martínez Mutis, quien llega a ser un reconocido poeta colombiano. Pero su vida no será color de rosa. Cuando muera en París, el jueves 25 de febrero de 1954, habrá sido un hombre admirado por unos, pero odiado por otros; habrá sido un poeta premiado en concursos nacionales e internacionales, y coronado en imponente ceremonia celebrada en el Teatro Santander, pero de quien sus detractores hablarán y escribirán con acentuada hostilidad; habrá sido, en fin, uno de los poetas más famosos del siglo XX, pero que terminará sumido en el olvido.  Sin embargo, hasta ahí no llegará el encono en su contra y la controversia sobre su obra y su vida. Ya muerto y prácticamente relegado al olvido, el nombre de Aurelio Martínez Mutis será revivido por algunos,  pero solamente para hacerlo objeto de nuevo de una implacable persecución. Otros, en cambio, rememorarán sus versos y su parábola vital para exaltarlo como uno de los grandes exponentes de las letras en nuestra comarca. 

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LOS MUTIS (III). El Poeta (II).

Por Óscar Humberto Gómez Gómez.

Miembro Correspondiente de la Academia de Historia de Santander. [A Clarita y Robertico Villamizar Mutis, con afecto]

MONUMENTO A AURELIO MARTÍNEZ MUTIS EN BUCARAMANGA. Escultor: Carlos Gómez Castro. Homenaje de la Asamblea Departamental de Santander. Ubicación: Calle 36 con carrera 11 frente al costado oriental del parque García Rovira. Al fondo se observa el histórico templo de San Laureano. [Fotografía de Fernando Rueda Villamizar para www.oscarhumbertogomez.com Santander en la Red].

Los triunfos literarios que fue cosechando, a Aurelio Martínez Mutis también le fueron generando enemigos. Enemigos que no fueron capaces jamás de reconocerle méritos como poeta o que se los restaron con críticas acerbas, que echaban mano de todo, desde la falta de claridad sobre a qué escuela poética finalmente pertenecía (pues parecía pertenecer a todas y no parecía pertenecer a ninguna) hasta la de que se había dedicado a una religiosidad más digna de un cura que de un poeta y a exaltar el amor que le profesaba a su mamá, sentimiento que, para fastidio de sus adversarios, en él lucía cada vez más acentuado a medida que pasaban los años.

No faltó, desde luego, el enfoque político destructivo. Tanto de los de derecha, que lo consideraron un izquierdista infiltrado en las filas conservadoras, como de los de izquierda, que lo reputaban un derechista católico y godo. Los poemas que le dedicó al partido político al cual pertenecía y a figuras prominentes del mismo produjeron, como era de esperarse en una sociedad tan intolerante como la colombiana, una tormenta de ataques personales que pretendió hacer trizas su poesía con argumentos más inclinados a mostrar la verdadera catadura de un poeta “revolucionario” que había pasado de “La epopeya del cóndor” a hacerle versos a la Virgen María, que a valorar verdaderamente la riqueza de su prolífica obra literaria. Esta visión miope del aeda santandereano, que no es sino una expresión más de la visión miope que se tiene de la poesía en general, carece -desde luego- de fundamento y se cae por sí misma. Pero es que, además, aquellos parcializados críticos pasaban por alto —o se hacían los que pasaban por alto— que el mismo año de “La epopeya del cóndor”, poema contra el imperialismo norteamericano, fue el de “La epopeya de la espiga”, poema de exaltación de la Sagrada Eucaristía, y que el bardo bumangués, en el fondo, nunca dejó de ser el mismo católico convencido de las bondades de su religión, el mismo hispanoamericano convencido de la grandeza de España, el mismo conservador ortodoxo, el mismo buen hijo admirador de su mamá, el mismo cantor de la tierra nativa, el mismo Aurelio Martínez Mutis que nunca dijo que fuera revolucionario, ni siquiera liberal, sino que, simplemente, dedicó su pluma a la defensa y exaltación de lo que él creía bello y justo.

RETAZOS POÉTICOS

La poesía de Martínez Mutis termina abordando los más diversos temas.

El amor filial, por ejemplo. Elena Mutis Villafrades, su progenitora, pierde el sentido de la vista cuando supera los noventa años. Su hijo escribe el poema “Rosas blancas” y lo remata con los siguientes versos:

Cerca de un siglo, heroica, y amante, y sin sosiego,
dio fe y ejemplo a todos, y a nuestro hogar dio fuego.
Ya nada ven sus ojos…mas, ciega y afligida,
es gloria de una raza su ancianidad vencida.
Rosas blancas, dejadme tejer una corona
que mi niñez restaure, de pájaros vestida,
para ceñir sus sienes, que el tiempo desmorona
y perfumar con ella la tarde de su vida!

En procura de rebuscarse el pan, el poeta entra a trabajar en el taller de linotipia de un periódico chileno, luego de arribar a Chile como culminación de un largo y penoso viaje por mar. Allí observa las condiciones difíciles de sus compañeros de trabajo. A pesar de ello, y como siempre, conserva intactas tanto su altivez como su religiosidad y es cuando escribe el poema “A un compañero de taller“:

Manchas de aceite y negras quemaduras
nos dejó la labor, pero la frente
está limpia, radiosa de blancuras,
y es blanco nuestro hogar, más que el Oriente.

Y pues sabemos de combates fieros
y de olvidos, rebeldes ante el yugo
que infama, no seremos pordioseros
de la honra, ni esclavos del mendrugo.

Evocando al idílico artesano
de Nazareth, cuyo taller sencillo
honró un Niño adorable en cuya mano
se embelleció el serrucho, y el martillo,
tendremos todo: la conciencia en calma,
perfumadas de amor las amarguras,
sonrisa en la mujer, fe en las alturas,
pulcra la mesa y jubilosa el alma“.

Su espíritu ecológico, la comunión entre el hombre y el medio ambiente que lo rodea, y su concepción universal, cosmopolita y errabunda de la vida, al mejor estilo de Diógenes, quien se sentía “ciudadano del mundo”, se evidencia en poemas como “Tedium vitae“:

He sido en todas partes extranjero,
pero en todas sería ciudadano,
porque soy hombre, y porque soy hermano
del gusano, del aire y del lucero.

Tengo en la paz del alma mi sendero,
pero en los juicios del comercio humano
hay que venderle el alma al usurero
o perecer en el empeño vano.

Cantando en patria ajena sin fortuna
hago un poco de patria en cada una.
Porque soy libre, pienso en cosas grandes,

y es mi alma, obligada a lo imposible,
triste como la cumbre inaccesible,
orgullosa y azul como los Andes“.

En torno a la compleja y contradictoria personalidad de “el cura de Bucaramanga”, el poeta escribe, en “El braserillo de plata“:

ELOY VALENZUELA, EL CURA DE BUCARAMANGA.

Es dos veces curandero
—de yerbas y de doctrina—
el Padre Eloy Valenzuela,
luz de su feligresía.
Cuando pasó, el año trece,
el General por la villa,
velas con gran devoción
a “San Fernando” ponía;
pero cediendo terreno
su reciedumbre realista,
asimismo a “San Simón”
otras velas encendía.
Le pone el huésped glorioso
una burlesca apostilla,
y que el credo de la América
ha de abrazar, profetiza.
Hoy ya la heroica grandeza
le embargó todas las fibras;
y el que ganó sus coronas
en cien batallas horrísonas
sabe por esa victoria
que el laurel de más valía
es el amor de las almas
que sólo el alma conquista“.

En 1913, en la dura Bogotá donde sobrevive por aquel entonces, Martínez Mutis observa, por supuesto con ojos de poeta, el drama humano de la niñez humilde, del niño que desde corta edad debe sumergirse del todo en las durezas cotidianas del trabajo callejero. Entonces, tomando como epígrafe un verso del poeta Julio Defrancisco (“Y entre el gentío se escurre con su cara negra de bola“). [“Bola: Betún para el calzado”], escribe “La canción del embolador“, sensible y hermoso poema que termina con los siguientes versos:

Al caer de la noche, vivaz y arisco,
al cuarto en donde tiene a su madre sola,
como en el gran soneto de Defrancisco
se escurre con su cara negra de bola.

En las grietas del muro silba la racha,
y sobre la aspereza de los jergones
se duerme en el silencio de la covacha
después de haber rezado sus oraciones.

Y sueña que la dulce Virgen María
extendiendo en la sombra sus manos bellas,
le da, como en un cofre de sedería,
el caudal millonario de las estrellas!“.

Como es de suponerse, el poeta también le canta al amor. Así, por ejemplo, cuando ya ha abandonado su residencia en Santiago de Chile y la ha fijado en Madrid / España, le llega una carta de alguien. Se trata de una mujer infelizmente casada, que cree ver en él la salida a su desdicha. La respuesta es, desde luego, poética. “Mensaje inalámbrico” es el título de aquellos versos, los últimos de los cuales son los siguientes:

“Hay que callar para que se oiga el trino.
No hay que hacer ruido en la nocturna calma.
Llegó un pájaro azul, raro y divino
que está cantando en la mitad del alma.

Y una misma ansiedad nos encadena
con un lazo espectral, de polo a polo,
pues si estás triste tú por ser ajena,
yo estoy triste también porque estoy solo!”.

Y compone también madrigales. Como este, por ejemplo:

“Con la nostalgia de labrar un fino
madrigal, un tributo peregrino
de fragancia y de amor, busqué en mi anhelo,
para ensalzar tus ojos ideales,
sinfonías de luz, cromos del cielo
y temblorosas rimas siderales.

Mas hallé mi ilusión pobre y menguada
cuando en la gloria azul del mediodía
vi que otro inmenso firmamento había
más hermoso que aquél, en tu mirada;

y tan sólo colmara mis antojos
al darme tú la inspiración, María,
al darme tú la luz, y así le haría
un madrigal al cielo con tus ojos!”.

Martínez Mutis le cantó a todo. A la Patria colombiana, por ejemplo, con ocasión de la fiesta del 20 de julio de 1910, centenario del Acta de Independencia:

“Naciste ¡oh Patria!, y desde entonces nada
más que el dolor, la sangre y los vaivenes
trágicos se divisa en tu jornada;
grande es tu historia, y sin embargo vienes

llorosa y triste, exangüe y enlutada;
estás en la plena juventud, y tienes
hilos de plata en las marchitas sienes
y arrugas en la faz desencajada.

Hoy vives del ayer. Mas la memoria
de tu preclara estirpe y de tu gloria
a veces ¡ay! tu postración alegra;

pues cerca ya del espantoso abismo,
tu aliento surge del desastre mismo
como el diamante de la roca negra!”.

O a la presencia del Hacedor, que se refleja en la inmensidad de las aguas:

“Ya la noche sus fúnebres plumones
bate sobre los límites postreros.
El viejo mar despierta en los playones
música de invisibles marineros.

Cielo y agua confunden sus linderos,
y así quedan, en mutuas vibraciones,
el cielo estremecido de canciones
y el agua salpicada de luceros.

Se alza la Cruz Austral sobre la altura;
en la gran misa negra, la figura
habla en misterioso simbolismo.

El trópico hecho lira resplandece,
y ardiendo ya en la inmensidad, parece
que Dios se está asomando en el abismo”.

O al encanto de la niñez, cuando con el poema “Romance de oro y plata” le responde a la pequeña y aguda cumplimentada de diez años que, al verle su pelo completamente blanco y percibir su sensibilidad y ternura, lo llama “el niño de los cabellos plateados”:

“Dulce amiguita, en la flor
amable de tus diez años:
tienes razón, y es muy linda
la frase que has inventado:
es verdad, yo soy el niño
de los cabellos plateados.
Porque juego con las nubes,
porque juego con los astros
que en el espejo del río
son como trompos fantásticos
que bailan llenos de música
y que se duermen bailando.
(…)
Dicen que el mundo da vueltas;
yo en carrusel lo he trocado,
y mientras buscan el oro
ansiosos los hombres prácticos,
yo prendo en mi carrusel
colombinas, dromedarios,
sierras nevadas de azúcar
y caballitos de palo,
y al son de inefable música
giro y giro, y ando y ando,
y sé que son ellos los locos
y yo, el niño, soy el sabio.
Sé que las cosas del mundo
son un tejido de engaños,
que son mentiras las guerras,
que los amores son falsos,
polvo de arroz las bellezas,
hipotecas los palacios,
tahures los alguaciles,
mendigos los millonarios.
Mientras yo, prudente, doy
mis batallas con soldados
de plomo, que son invictos
y tan valientes, que cuando
caen heridos de muerte
por un certero disparo
del cañón que arroja un chorro
de confites incendiarios,
vuelvo a ponerlos de pie
y ellos prosiguen impávidos
peleando como leones,
siempre el fusil apuntando
y en el puesto de peligro
heroicamente clavados.

Preguntas por qué voy solo
y que por qué no me caso…
(…)
Pues bien: juego al casamiento,
y con las nubes me caso,
y me caso con las olas,
y a las mujeres a ratos
las quiero mucho, y después
las olvido, porque es claro
que todo pasa en el mundo
como el tiempo va pasando,
y al ver la ola y la nube
fugitivas, en su encanto,
pienso que es el matrimonio
muy bueno, pero muy largo.
(…)
Sí, soy niño, y cuando lloro,
en trovas cambio mi llanto,
y en pedrerías de luna
para ofrecerte el regalo
de un collar precioso, digno
de tu cuello de alabastro.
(…)”.

Y, como es obvio suponerlo, le cantó a su tierra, a su departamento de Santander. Así lo hizo, por ejemplo, en su “Canción de García Rovira“:

“Es una cesta de frutas
García Rovira opulenta:
hay allí cerezas rojas,
hay allí verdes grosellas,
manzanas paradisiales
y toronjas como reinas,
el fino mango de azúcar,
digno de que lo mordiera
con su blanca dentadura
la Dama de las Camelias.
(…)
Son mil las frutas vernáculas
en cuyas fibras alienta
toda la farmacia, y toda
la alegría de la tierra.
García Rovira, la heroica,
es una cesta de yerbas:
en su oda perfumada
fray Luis de León conversa,
porque el anís, el saúco,
la mejorana modesta,
el poleo y la albahaca
le dan aroma y cadencia.
Ay, cuántos hombres querrían
en vista de esas praderas
de alfalfa y de yaraguá
cambiarse en chivos y ovejas;
de esos pecados de gula
limpiarían la conciencia
bebiendo la pica-pica
para expulsar las culebras.
(…)
Es una cesta de flores
la provincia rovireña:
hay rosas madrugadoras
allí, y ardientes violetas,
las que por siglos de siglos
han de ser siempre las reinas.
(…)
El amor está de ronda,
tiene cien novios la hortensia
y se va con “Don Cenón”,
la flor del baile, a la fiesta.

Emperatriz orgullosa
de las orquídeas, campea
con su penacho de plumas
indígenas, la catleya,
que es, como Dios, una y trina
con trinidad de belleza.
(…)
En la cascada sonora
se bañan las madreselvas
y son desnudas más lindas
lo mismo que las nereidas.
(…)
A Málaga, la española,
nombran “Málaga la bella”,
el mar latino le da
truchas saladas y frescas
y boquerones de plata
y langostinos de perlas.
Un piélago de verdura,
en cambio, tiene la nuestra,
donde con redes bucólicas
se pescan ritmos y esencias,
brilla un millón de rebaños
y de alquerías ubérrimas,
en los confines del llano
vuelan las garzas morenas,
y el Nevado del Cocuy
en la celeste turquesa
abre a la ovación del día
la música de sus velas.
(…)
¡Sursum corda, tierra virgen,
tierra hermosa, tierra buena!
Haz una arcada triunfal
de frutas, flores y yerbas,
una herradura salvaje,
para que pase por ella
la Raza santandereana
con rumbo a una vida nueva”.

A la música colombiana también le compuso versos. He aquí los de “El pasillo“:

“Aunque no sea muy cierto,
ya me está entrando una gana:
decir que tuvo el pasillo
su cuna en Bucaramanga.
Y es que ya tenga su origen
del Orinoco en las aguas,
o en las quiebras del Tolima
o cerca del Tequendama,
en parte alguna resuena
con más honda resonancia
y más divino sollozo
y más queja enamorada,
que debajo de aquel cielo
que al de Nápoles iguala,
cuando al volver las parejas
de El Cacique o La Malaña,
después de bailar seis horas
seguidas en la parranda
y comer miel de trapiche
y chupar jugo de caña,
un dulce cansancio inunda
al par el cuerpo y el alma,
allá tras de Palonegro
el crepúsculo se apaga,
y en la orquesta de bandolas,
de tiples y de guitarras
se alza cálido el pasillo,
mezcla de risas y lágrimas,
y al Oriente, sobre el dorso
de La Judía lejana,
se entreabre la luna llena
como un estuche de nácar.

Es el pasillo un pedazo
de tierra santandereana
y hay una cesta de frutas
escondida en su tonada:
tiene el licor de la piña,
la crema de la guayaba,
las hilachas del zapote
y las copas de la guama;
hay en él carne de nísperos
y pomarrosas y champas,
y frescuras de badea
y cintillos de granada:
y, como nota soberbia
de la indígena abundancia,
tiene la pulpa riquísima
del mango, criollo monarca,
emperador de las frutas,
festín de gloria y fragancia
que, parecido a la boca
de la mujer adorada,
ríe en el fleco del sol,
nos provoca entre las ramas,
y cuando al fin lo cogemos
para besarlo con ansia,
el apetito traiciona
a las fórmulas urbanas,
y el beso se hace mordisco
de púrpura ensangrentada!

El pasillo es algo nuestro
y es bien raíz, aunque anda;
es bien inmueble, adquirido
con escritura sagrada:
lo bailó el Libertador
con las nativas muchachas
entre picantes requiebros,
madrigales y humoradas;
y el héroe oyó sus acordes
en las tardes sosegadas,
tras la clásica merienda
a la hora de las ánimas,
en que, buscando reposo
a la oreja, fatigada
por el brutal clamoreo
que venía desde Ocaña,
el palique requería
dando una tregua a la espada,
para dar tema al famoso
Diario de Bucaramanga”.

UNA PERSECUCIÓN QUE SE PERPETÚA

CAPILLA DE LOS DOLORES DE BUCARAMANGA, el templo al cual asistía Simón Bolívar el Libertador, presidente de la Gran Colombia, durante su residencia en Bucaramanga en 1828. En la ronda de esta capilla se encuentra la tumba de Aurelio Martínez Mutis. [Fotografía de Fernando Rueda Villamizar para www.oscarhumbertogomez.com Santander en la Red].

Pero no se crea que la andanada crítica destructiva contra el poeta santandereano se circunscribió al 1913 de “La epopeya del cóndor” y de su resonante triunfo literario en el gran concurso internacional de poesía de la revista “Mundial”. No. Esa andanada nunca disminuyó con el tiempo; antes, por el contrario, con el paso de los años aumentó. Incluso hoy en día, cuando Aurelio Martínez Mutis lleva de fallecido más de medio siglo, sus detractores siguen apareciendo por doquier. La Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, por ejemplo, publicó, ayer no más, en plenos años dos mil, una agresiva diatriba contra el ilustre bardo santandereano, firmada ¡vaya novedad! por otro poeta (al menos eso dicen de su recargado autor, ¡vaya coincidencia! bogotano y profesor de literatura en prestigiosa universidad bogotana), artículo que se constituyó, dicho sea de paso, en una de las razones que motivaron al redactor de estas líneas para decidirse a escribir su “Historia de Bucaramanga”, porque aquel virulento ataque contra Martínez Mutis, y lo que, de otro lado, “enseñaban” los sitios de Internet según los cuales el prócer bumangués Custodio García Rovira había nacido en Cartagena, nos indicaron que era tarea de nosotros, los hijos de Bucaramanga, la de rescatar la memoria histórica de nuestra tierra natal y de sus personajes ilustres.

UNA PERSECUCIÓN CON MOTIVACIONES POLÍTICAS

TEATRO SANTANDER DE BUCARAMANGA. Ubicación: Calle 33 con carrera 19 esquina, costado suroriental del parque Centenario. Fue inaugurado el viernes 19 de febrero de 1932. Poco después, el sábado 21 de mayo de ese mismo año, se llevó a cabo allí la ceremonia de coronación del poeta Aurelio Martínez Mutis. En el acto cultural se presentó la cantante lírica Elvira Inmediato.

Como anotamos atrás, la militancia política del vate en el Partido Conservador contribuyó, indudablemente, a que los nuevos expositores de la literatura colombiana y universal, marcados por una evidente inclinación hacia la izquierda, cuando no por una franca militancia en sus filas, lo criticaran, hasta la grosería del desconocimiento. Desconocimiento que, a su vez, en burda petición de principio, tomaron como argumento para “demostrar” que Aurelio Martínez Mutis no era, en realidad, -según ellos- un buen poeta. Si lo fuera, -argumentaron- seguiría “vigente”. Como no siguió “vigente”, como fue olvidado, ahí estaba la “prueba” de su escaso valor como poeta. En tal razonamiento se persiste aun hoy en día. Es más: uno que otro de sus detractores se refiere al “vate” santandereano, poniendo la palabra vate entre comillas con propósito claramente irónico, dando a entender que no lo era.

Por supuesto, argumentar el olvido como soporte para afirmar que algo carece de valor es sofístico. La vigencia de algo en el tiempo depende de muchos factores y también de muchos factores depende el olvido. En estos tiempos difíciles para el buen gusto, la propia Poesía, para no ir tan lejos, ha sido marginada. Y, llevando el análisis al extremo, hasta Dios mismo ha sido relegado al olvido y hasta expulsado de las constituciones políticas, donde antes era mencionado como fuente suprema del principio de autoridad y faro de la vida social.

Más bien, hay que subrayar el factor político, que ciega e impide la reflexión serena y, por ende, imposibilita la objetividad.

Y es que, contrario a lo que pudiera pensarse al leer “La epopeya del cóndor”, Aurelio Martínez Mutis, en efecto, era conservador. Conservador, sí, contrario a lo que se piensa incluso en la actualidad e inclusive dentro de las propias filas conservadoras.

Esa activa militancia política, para disgusto de sus críticos, la plasmó, como era lógico, en su poesía. En el poema “Azul“, por ejemplo:

“Azul

“L’art c’es l’Azur”
Víctor Hugo

(A Laureano Gómez)

Cuando vine al mundo y encontré el destino
pintado en mi frente, como peregrino,
obrero y soldado del verso inmortal,
vi que era radioso y azul mi estandarte
para dar las rudas batallas del Arte
entre el claro-oscuro del Bien y del Mal.

Fue azul la ceniza de bruma y de plomo
que me dijo un día su “Memento homo,
polvo eres y al polvo tendrás que volver”;
por eso en los tiempos futuros, sería
del color del cielo mi melancolía
teñida con luces del atardecer.

Azul, vasto ensueño del monte y del llano,
tanto más hermoso cuanto más lejano,
que da la tristeza sin sombras de esplín,
y la dicha sólo nos da en lo remoto
cuando somos buenos, cuando no se ha roto
el prisma en que el mundo parece un jardín.

Cuajada en zafiros de ilustre cantera,
abracé muy niño la hermosa bandera
que le dio a Colombia doctrina y vigor
y que con un grito de angustias amargas
nació en el tremendo Pantano de Vargas
en el alma misma del Libertador.

“Salve usted la Patria!”, le gritó al Llanero
con voz que se ahonda de otero en otero.
Y entre el claro-oscuro del Bien y del Mal
siguió desflecando sus hilos de seda
en las manos fuertes de Julio Arboleda
y en las del glorioso Leonardo Canal.

Es azul el pájaro que enfermo de amores
nos habla al oído de mundos mejores,
mas, si hacemos ruido se va del vergel.
Gentil cual no hay otras y azul es la rima
de Gutiérrez Nájera, bebida en la cima
de su excelso y blanco Popocatepelt.

Azul de cobalto con niebla infanzona,
el cielo patricio de Nueva Pamplona
a mí y a mi madre nos dio su cordial,
y cuando al mirarlo mi pecho suspira,
desde los Tres Reyes mi madre me mira
llenando la noche de luz celestial.

Es azul la estrella con flecos de plata
que se abre cuando oye la mandolinata
trémula y sentida bajo del balcón,
y es azul el vuelo de las golondrinas
que a anidar retornan dentro de las ruinas
en el cementerio de mi corazón.

(…)

Es azul la orquesta de la marejada
que dio a mi poema su euforia salada;
y así, es mi poema mejor que la espada
pues lleva en sus músicas su propia laurel;
y son de turquesa los roncos chubascos
de eléctricas lumbres, cuando en los peñascos
revienta el galope, sacando en sus cascos
metálicas chispas, mi bravo corcel.

Bella en su imposible, cual la vida mía,
es azul la tarde, que en la lejanía
me da con luceros su coquetería,
no es cuerdo en las manos quererlos tomar:
flores y quijarros tejen el destino,
el paisaje es ancho y el sol diamantino,
la sola belleza la otorga el camino,
la sola ventura la da el caminar.

Fueron pedrerías y fueron bandada
de alondras los ojos de mi bien amada,
y es azul el manto de la Inmaculada
erguida en las nubes de místico tul.
Si es negro el combate y es negro el atuendo
de duendes y brujas que estoy combatiendo,
azul es la insignia sin par que defiendo
y entre tantas sombras, el Arte es lo Azul!”.

Pero, por si alguna duda subsistiera, aquí está, apuntando en el mismo sentido, su poema “Gajo de roble“:

“GAJO DE ROBLE

Al general Pedro Nel Ospina

General, mi montaña te saluda.
Vives, aunque tu voz esté ya muda.
Vives, porque tu sangre trasfundiste
a nuestra Patria vacilante y triste,
y diste, aniquilando la impotencia,
tuétanos de león a tu existencia.
(…)
Seguiremos la ruta que nos marca
tu vida, combatiendo con la charca,
venciendo a la fatiga y al desierto.
Y si a herirnos volviere el torpe fallo
de la opresión tentacular y oscura,
te sacaremos de la breña dura,
saldremos todos al camino abierto
y te pondremos sobre tu caballo:
nuevo Cid Campeador, con tu figura
desgajarás en la visión futura
nuevas victorias aun después de muerto”.

AURELIO MARTÍNEZ MUTIS. Ilustración de Pedro Jesús Vargas Cordero para www.oscarhumbertogomez.com Santander en la Red.

Aparte de la envidia, que no pocas veces guía la mano de los críticos cuando escriben, sin duda que esa abierta y declarada militancia política pesó decisivamente en la hostilidad que hubo contra el rapsoda. La envidia, porque lo criticaron -y lo siguen criticando- “poetas” incapaces de rimar dos versos pareados o de escribir, al menos, versos sin rima, pero sensibles y hermosos. La militancia política, porque la literatura fue otra de las cosas que cayó en manos de un izquierdismo intransigente.

Cada vez que se leen esos desapacibles y recurrentes ataques, sin embargo, vuelven a cobrar vigencia los versos del rapsoda bumangués:

“Os da mi gloria de artista
mucho pesar, os acosa
con amargura biliosa,
os desvela y os contrista.

Es inútil que me embista
el odio oscuro y vulgar:
podéis quitarme el hogar,
el pan, el techo, la miel,
¡pero el brillo del laurel
no me lo podéis quitar!”.

[CONTINUARÁ]

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