Sentado frente al telón

ACERCA DE LA EXCELENTE PELÍCULA COLOMBIANA “UN POETA”
(II)
Por Óscar Humberto Gómez Gómez
A pesar de sobrepasar con creces los 50 años de edad, Óscar Restrepo no solo no ha abandonado la casa de su mamá, sino que todavía le pide plata para sus gastos básicos.
Pero esa falta de autosuficiencia económica es todavía más grave, porque Óscar Restrepo, quien tiene una hija (la joven estudiante Daniela, encarnada por la talentosa actriz Alisson Correa) y vive separado de ella y de su mamá, debido a que no soportan su estado de abandono personal, ni su dedicación al licor, se ve precisado a pedirle a su propia hija que le preste algo de dinero. En ese contexto adverso, no es difícil entender que su dignidad personal se ve completamente menoscabada.

Hasta que llega el momento en que su propia hermana le consigue un trabajo: se trata de que dicte clases de filosofía en un modesto colegio.
Aunque él se niega inicialmente a aceptar ese puesto, al final lo toma y es entonces cuando comienza a dictar clases en aquel sencillo establecimiento educativo, que es donde precisamente se entera de que una de sus alumnas, Yurlady, es conocida dentro de sus compañeros porque escribe poesías, que ella misma ilustra con sus propios dibujos.
Cuando el frustrado poeta, que ya es consciente a sus años de que no llegó a ninguna parte con sus obras, se entera de que su joven alumna escribe versos de singular delicadeza y hermosura en las hojas de su cuaderno, se propone llevarla a la casa de los poetas a la cual pertenecía cuando ganó el premio de poesía a sus 25 años y a la que siguió perteneciendo mientras iba sumiéndose cada vez más en los abismos del fracaso. Y la lleva allí, porque, según mi interpretación personal, cree haber encontrado la persona en la que podrá proyectar aquel éxito literario que él no tuvo en la vida.
Me da la impresión, en efecto, de que Óscar Restrepo quiere a última hora triunfar en la vida a través del triunfo de su alumna, al estilo del boxeador que no llegó a ningún lado, pero que como entrenador se propone hacer campeón a uno de sus pupilos.
Convertido en el padrino literario de una jovencita con talento poético, muy pronto Óscar Restrepo habrá de entender, sin embargo, que el hecho de que una persona tenga talento para algo no significa necesariamente que esté interesada en explotarlo.

De otro lado, cuando uno observa en la película las interioridades de la casa de los poetas a la que pertenece Óscar Restrepo desde joven, se encuentra con un tema que poco se aborda y que es el de la envidia entre los pares.
Y es que cuando Óscar Restrepo gana el concurso de poesía y en reunión celebrada en la casa de los poetas se le brinda un tributo y en el desarrollo del mismo se le da el uso de la palabra, no sólo aflora el ego del ganador, que se explaya en hablar de sí mismo, aunque en tercera persona, sino además sucede que dentro del auditorio, conformado por poetas como él, pero a quienes no premiaron, empieza la incomodidad de quienes le escuchan y su inocultable deseo de que termine cuanto antes su perorata, hasta que muy pronto acaban interrumpiéndolo y literalmente quitándole el micrófono. Como un presagio de lo que vendría después, en la siguiente escena el protagonista aparece discurseando frente a un auditorio totalmente distinto: un vagabundo solitario, un habitante de calle con quien desfoga toda la frustración que le produjo el que, en plena premiación, no lo hubiesen dejado hablar con la extensión temporal con que pensaba hacerlo como si se tratase de haber ganado un premio internacional y no fuera él el modesto joven poeta Óscar Restrepo, sino un Pablo Neruda, o un Federico García Lorca, o un Edgar Allan Poe.
La película, al menos desde mi perspectiva, deja flotando en el ambiente ese sentimiento tan evidente en todos los sectores sociales donde los seres humanos desarrollan la misma actividad y comparten un espacio y un tiempo, pero no soportan que uno de ellos de buenas a primeras sobrepase al resto en cualquiera de las áreas en las que las personas se consideran superiores a los demás, como lo son el dinero, la fama, el poder, los premios, o, por supuesto, la belleza.
El psiquiatra español Emilio Mira y López en su obra “Cuatro gigantes del alma” deja en claro que el sentimiento de la envidia no emerge en el que está muy abajo en contra del que está muy arriba, sino entre pares, cuando uno de estos escala a un nivel superior al que obstenta el resto. Yo suelo ilustrarlo con un ejemplo: el cabo no envidia al general de dos soles que ha sido ascendido a general de tres soles; el cabo envidia a ese otro cabo que ha sido ascendido a sargento mientras que él, en cambio, seguirá siendo cabo.
La explosiva mezcla del ego no satisfecho y la envidia de la que es víctima termina destruyendo al entonces promisorio poeta. Perdido por completo su norte vital, Óscar Restrepo habrá de abandonar cada vez más la poesía y habrá de hundirse cada vez más en las oscuridades del desencanto y de la depresión, elucubrando sobre lo que pudo haber sido y no fue, hasta que conoce a Yurlady.
Me parece que en ese momento el protagonista tuvo la más preciosa oportunidad para descubrir la verdadera esencia de la poesía. Sin embargo, él se obstina en conducir a su descubrimiento a seguir los pasos que él hubiese querido seguir a lo largo de sus años.
Yurlady le da señales inequívocas de que no le interesa ser lo que él pretende que sea. Incluso llegará un momento en que ni siquiera volverá a asistir a la casa de los poetas, porque aquel ambiente no logra despertar en ella las emociones que su mentor cree y quiere que se despierten en su corazón. Es su obstinado mentor quien la busca, quien le recrimina que no haya regresado, quien la motiva para que lo haga y hasta se la lleva él mismo hacia aquel destino que él cree que es el propio de su pupila.
La imagen debió ser para él diáfana, convincente y definitiva: la encontró pintándole las uñas a una joven vecina, pero además le pide a él dinero para comprar implementos que necesita para adelantar su trabajo de manicurista. A Yurlady no le interesa en absoluto ser una gran poetisa, lo que le interesa es el manicure. Es, sin embargo, tan talentosa para la poesía, que termina premiada. Y será en la celebración de aquella premiación donde, a sus escasos 15 años, tendrá la oportunidad de pasarse de tragos y donde le dejará en claro a su obstinado mentor que como poetisa, además de su satisfacción íntima de serlo, ella no va a llegar a ninguna parte.
Pero esa terrible celebración además pondrá cara a cara al protagonista con un problema que él ingenuamente no previó cuando se metió en la tozuda tarea de llevar a la fama a su pupila: tendrá que enfrentar el profundo disgusto que en el seno de la familia de esta generará el que se la haya llevado a una fiesta de donde salió ebria, y que fuera de eso la haya dejado tirada en la calle, cerca de su casa, con la esperanza de que su familia saliera y al verla botada en el suelo la recogiera y le brindara las atenciones que su deplorable estado hacían necesarias. Las consecuencias de aquella infortunada fiesta rebasarán los linderos meramente familiares de la joven y llegarán hasta el entorno educativo donde él dicta sus clases.

Pero además aquel tremendo revés agudizará la ya difícil relación que mantiene con su hija, quien, con todo, y en honor a la verdad, antes del escandaloso suceso ya había empezado a aproximarse tímidamente al talento poético de su papá yendo a la biblioteca con el propósito de leer sus versos.

(CONTINUARÁ)
ÓSCAR HUMBERTO GÓMEZ GÓMEZ: Miembro de Número de la Academia de Historia de Santander. Miembro del Colegio Nacional de Periodistas. Miembro de la Sociedad de Autores y Compositores de Colombia. Miembro del ilustre y desaparecido Colegio de Abogados de Santander.
